La cabra de Vegacervera
«Los ritos nos vertebran y nos ponen en relación con algo mayor que nosotros: una estirpe, el tiempo, una cultura, la propia condición humana». Lo dice Jesús Carrasco en la novela con que obtuvo este año el Premio Biblioteca Breve, Elogio de las manos. Una hermosísima novela «sobre la importancia para mí del trabajo manual».
No es ahora el caso de la novela en sí, sino de una referencia que viene a corroborar la presencia del territorio como escenario literario. De forma directa o indirecta, una antología sobre el asunto seguro que sería una buena aportación para ensanchar o enriquecer la mirada. Esta de Carrasco no es ni paisajística ni descriptiva, sino una reflexión incardinada de forma circunstancial en el relato. Todo viene motivado por la muerte de un gato en aquella vivienda casi en ruinas que, prestada por su dueño sin saber durante cuánto tiempo, la fue reparando con sus propias manos. La idea de tirar al gato muerto «a la basura me resultó intolerable porque aquel cuerpo había estado vivo solo unos minutos antes».
Un recuerdo provoca la reflexión.
“Esto me recordó algo que me sucedió cuando tenía veinte años. Caminaba con un amigo por los riscos altos de las hoces de Vegacervera, en León. Era un amigo al que había conocido el año anterior, en la universidad. Recuerdo su humor cómplice, algo surrealista, que le llevaba a hacer hablar a una piedra o a una ramita de roble con voz de muñeco. Recuerdo que me regaló De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, y que no entendí el libro en aquel tiempo. En nuestro paseo encontramos los restos óseos de una cabra. Mi amigo tomó el cráneo entre sus manos, lo observó e, inesperadamente, lo lanzó contra una roca partiéndolo en varios trozos. También ahí sentí la misma pena inexplicable que sentiría treinta años después al pensar que aquel gato podría terminar en la basura. Y supe que aquel gesto brutal empezaba a separarme de ese nuevo amigo, lleno de vida y cultura, que me había deslumbrado con su conocimiento de Ovidio y Virgilio pero que, por algún motivo, no parecía sentirse parte de algo mayor que él mismo”.
Seguramente que las hoces y el pueblo que lleva su nombre son espacios especialmente queridos por su belleza y majestuosidad. Tenemos numerosas y ricas referencias, tanto de escritores cercanos como de quienes llegan advertidos de escenario tan rico y sugerente. Las anécdotas enraizadas en él, sin embargo, no son tan frecuentes. Sirva esta de ejemplo.