Diario de León

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Galdós lo escribió en una España en la que entonces ocurría lo que aún sucede en los Estados Unidos: con cada vuelco de gobierno, cambiaba la administración, quedando un reguero de cesantes y nuevas credenciales de empleo público repartidas entre los afectos al bando ganador. Ahora no es así exactamente: el sistema se ha afinado bastante, para tan sólo repartir los grandes cargos con una nómina millonaria entre los compañeros de ideología con obediencia probada, sin importar demasiado sus capacidades, de modo que lo mismo termina de director de una consejería un banderillero que de ministro de cultura un diplomático y asesor o de ministra de defensa una jueza. Mientras hay severas oposiciones para auxiliar administrativo de un ayuntamiento de aldea, mediante las que se dirime la cualificación para el puesto a desempeñar, la criba para un ministerio se sigue haciendo a dedo tonto.

Una gran catástrofe, como la de Valencia, además de víctimas, produce sus secuelas públicas, que, aunque a veces tardan en sustanciarse, ya están dictadas. Secuelas políticas en los cargos políticos incompetentes y emocionales en los electores, de más difícil restaño, que se recordarán en las urnas. Porque no hay sombra de duda: no algo, sino muchas cosas se han hecho mal o no se han hecho, no por paralización ante la tragedia, sino por mera incapacidad de los gestores. Incluso sin considerar la falta de empatía y la soberbia de tratar una situación con cientos de fallecidos como si de un juego de tronos se tratase, ha sido gravísima la ineficiencia objetiva demostrada por nuestras autoridades.Sentimentalmente, en medio del desastre, es comprensible hablar de Estado fallido y arrojar barro a los representantes de la soberanía del pueblo. Está en nuestra naturaleza ese primer impulso de buscar culpables y señalarlos mediante la agresión, como un vestigio del primate del que venimos, como también lo está reposar nuestros impulsos y dejar templar los entusiasmos, al pasarlos por el tamiz de la razón en el tiempo. La inmensa catástrofe valenciana ha producido una secuela de progresistas desengañados y conservadores arrepentidos. Eso preocupa a los partidos, que ahora miden muy bien cada paso que dan, no vaya a ser que unos y otros terminen por llegar a la conclusión que adquirían sobre la política los personajes de la España de Galdós: «que todo esto es una comedia y que sólo se trata de saber a quién le toca mamar y a quién no».

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