al trasluz
Pringaos y geniales
Me escribe estupefacto un amigo: «¡¡Álvaro Pombo ha llamado «pringao genial» a Cervantes!!». Y se extraña que no haya corrido a retar a duelo al escritor santanderino. ¿Y por qué iba a hacerlo? Fue ambas cosas. Lo primero se lo ha llamado con afecto y tino; con la franqueza de tener 85 años, de anciano escritor a otro aún más anciano. Y sobre lo segundo, nada que objetar; además, hay confianza entre ellos. Don Álvaro está felicísimo de que se le haya concedido el premio que lleva el nombre de nuestro genial y pringao más querido. Tres hurras, por los dos. Le hemos entendido. En una entrevista acabo de calificar al alcalaíno de «glorioso perdedor». Lo que importa es qué batallas pierdes, aun más que las que ganas. No fue derrotado en lo esencial -el humor, el amor y el dolor-. Murió célebre y sin un duro. En efecto, pringao genial, y a mucha honra. La mayoría de quienes le desdeñaron llevan siglos olvidados. Patrón de los perdedores, y no estoy romantizando. También Rick fue ambas cosas -a Dios gracias-, si no llega a serlas Casablanca no sería tan Casablanca. Y Van Gogh. Ya puestos, también don Quijote y Sancho Panza fueron pringaos geniales; en cambio, Picasso y Einstein, solo geniales.
Leo en este periódico un titular que me ha encantado: «Pueblos de León y de Asturias, unidos para evitar osos en su casco urbano». Y posan con sendas pancartas. Según la alcaldesa de Páramo del Sil: «No debemos ver al oso con recelo sino como una oportunidad». En mi caso, verlo será una oportunidad para practicar footing. Me va a perdonar que si me cruzo con uno por la calle no le invite a cenar, no vaya a tomarme la palabra y se haga con ella una hamburguesa. Uf. Tampoco le dejaría las llaves de mi coche nuevo a un tiburón de Wall Street. Pringaíllo en esto, no. Y el pulpo, mejor a la gallega.
Ojalá la tragedia provocada por la tormenta Dana nos sirva para encontrar más lazos de hermandad entre las tierras que formamos España, pues lo que nos une es muy superior a lo que nos separa. Somos españoles, algo geniales y algo pringadines. Pero, en efecto, lo importante es no ser derrotados en nuestra verdad colectiva, que nos retrata. Quién sabe, a lo mejor, hay un siglo de oro esperándonos. Ah, la vida.