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Hay muchos países, entre ellos México y España, que tienden a politizar todo. Hasta el aburrimiento. Y, armados de mentiras, engaños y desfachateces, hasta la historia, que en muchos casos inventan sin mover un solo músculo. Incluso dentro de los propios países, hasta en el ámbito de las comunidades autónomas. Es una peste. El ambiente, como se puede comprobar en cada instante, se hace cada vez menos respirable. Unos y otros salen a la palestra incluso con reivindicaciones históricas fuera de tiempo y lugar. No se puede juzgar el pasado con los parámetros del presente. En este contexto ha de entenderse la petición de la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, que enlaza con la de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, de una disculpa por parte del Estado español por los crímenes cometidos durante la conquista. Cuándo se pondrá límite a tal petición dependerá en buena medida del desarrollo de los acontecimientos internos.

Personalmente creo que es un postureo por parte de ambos mandatarios mexicanos que, por supuesto, no afectarán, o mínimamente en todo caso, a las relaciones entre los dos países hermanos. Suele ocurrir esta amenaza en los países autocráticos. No se debe hacer nunca un relato ni de conveniencia propia ni anacrónico. Vivimos otros tiempos. Los anacronismos de reflexión histórica no suelen ser muy recomendables. El asunto, que tiene muchas aristas, se ha convertido en una pelea extremadamente desgastada. No hay por qué pedir tal perdón, pero no pasaría nada haciéndolo. En el fondo no sería otra cosa más que un puro formalismo que carece de sentido. Y, como tal, de corto recorrido. Una simplificación total que posiblemente tienda a ocultar los problemas reales que vive el país americano, por una parte, y, por otra, la versión nacionalista que, amortiguada durante tiempo, cobra ahora nuevos bríos con el indigenismo. Hasta aquí. No tiene más proyección, a no ser que alguien quiera estirarla irresponsablemente.

Ateniéndonos a los supuestos, en buena parte reales, discutibles al menos en otros casos, el mundo podría convertirse en un carteo de perdones sin fin. No haría falta más que mirar la historia sin distorsionarla ni politizarla. Nosotros, sin contar lo ocurrido antes de los Reyes Católicos -aquí ya se pone sobre la mesa el concepto de nación española- seríamos un buen ejemplo. Y los que llegaron no venían a hacer turismo precisamente.