Diario de León

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Ya nos advertía Don Hilarión, el personaje de La verbena de La Paloma que «los tiempos cambian que es una barbaridad». Esta semana que concluye, los cambios y el Cambio, que han irrumpido en nuestras vidas como nunca en la Historia, han sido profundos y traerán consecuencias múltiples. Y no, no hablo ni de que dimita el presidente de la Generalitat valenciana ni de la absurda controversia que hemos montado en la Unión Europea a cuenta de mantener o no la candidatura de Teresa Ribera como comisaria de la Competencia. Hablo de cosas que obviamente van a ser mucho más trascendentes en el progreso o retroceso de la Humanidad y muy importantes para España. Hablo, claro, de Trump. Y de Milei. Y, cómo no, de Elon Musk. Y de su X. Y de un tal Robert Kennedy, el antivacunas negacionista que podría ser responsable de la Sanidad estadounidense, y hablo de...

Si yo fuera Pedro Sánchez, y en cierta medida lo soy, porque es el presidente del gobierno de mi país, dejaría ya de enviar mensajes «oficiosos» a través de Twitter, es decir, X, la red social a la que su propietario, Elon Musk, maneja con descaro en defensa de sus intereses más políticos que empresariales, que también. No sé cuántos millones de seguidores habrá perdido la controvertida red social desde la victoria electoral de Trump hace quince días, pero lo que uno, en su modestia, puede testimoniar es que se le han evaporado algunos cientos de «followers», algunos de los cuales han declarado públicamente su deserción de la red del extinto pajarito. ¿Pueden los gobernantes seguir utilizando esta vía, tan polémica, para lanzar los mensajes que no quieren difundir en ruedas de prensa abiertas? No lo sé: el Cambio, me parece, también ha llegado hasta aquí. Y ahora ¿qué?

Pero sigo: si yo fuera Pedro Sánchez, me alarmaría que nada menos que el presidente de Argentina, Javier Milei, hoy declarado enemigo en La Moncloa, en lugar de asistir a la «cumbre» iberoamericana, que estuvo más bien desierta de mandatarios y en la que el Rey tuvo que hacer de tripas corazón ante el fracaso del (des)encuentro, se fotografiase en el marco hortera y dorado de Mar-a-Lago con un Trump eufórico y de smoking. Ambos, Trump y Milei, de mutuas lisonjas, ante la atenta y festiva mirada de Elon Musk, que parecía ser quien de verdad mandaba por allí. La influencia española en América Latina se ha desvanecido por completo, y ni siquiera acudió Pedro Sánchez a Ecuador para tratar de salvar la ceremonia de su defunción, echando una mano a Felipe VI. Que, como suele, ejerció muy dignamente, y bastante en solitario, su trabajo. Por cierto: ¿alguien sabe qué trascendencia tuvo el viaje del presidente español a la «cumbre» climática de Bakú, que fue, en teoría, lo que le impidió viajar a Ecuador?

Y más: si yo fuera Pedro Sánchez, me preocuparía la enemistad con Milei, que va a ser quien más hable (en español) con el probable nuevo secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, un hombre que nunca ha mantenido una relación demasiado buena con la España socialdemócrata.Y me angustiaría la política de nombramientos del inminente hombre más poderoso del mundo (me refiero a Trump, todavía no a Musk), la mayor parte de ellos incompatibles con el diálogo fructífero con una Europa por la que lo hemos apostado todo.

Y que, sin embargo, se escandaliza ante los conflictos internos que los españoles trasladamos a las estructuras de la UE con, por ejemplo, el por lo menos polémico rechazo del PP a la candidatura de la aún vicepresidenta del Gobierno español Teresa Ribera. Y la correspondiente «venganza» del PSOE, vetando al muy derechista candidato a comisario Raffaele Fitto, impulsado por la italiana Meloni. Que, por cierto, se declara admiradora sin límites de Musk. El círculo se cierra: todo está relacionado. Y nosotros nos quedamos fuera.

En fin, que lógicamente el barro que nos ha llenado de dolor y de mutuos reproches perdura en nuestros corazones y en nuestros titulares. Pero, al tiempo, están ocurriendo cosas pasmosas en el mundo.

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