CUARTO CRECIENTE
El veneno silencioso
Les esperaba el veneno silencioso. No podían verlo, ni olerlo. Y a saber por qué se produjo la deflagración y el estallido de la bolsa acumulada de grisú durante todo el fin de semana.
Les aguardaba una explosión. La oscuridad. La muerte. El olor a quemado. Les acechaba el dolor. Doce estempleros caminaban la mañana del 19 de noviembre de 1984 por el piso diecisiete del grupo Río en la mina de Combustibles de Fabero (Cofasa) cuando reventó el aire y la onda expansiva los lanzó contra las vías. Tres de ellos murieron en el acto. Cinco más en los días siguientes, ingresados en distintos hospitales con quemaduras graves. Lo recordaban este martes, en la ladera de tierra que ha cubierto el grupo Río tras la restauración de la mina, tres de los supervivientes, reunidos para inaugurar un memorial que homenajea a los ocho muertos en Cofasa, y a todos los que dejaron la vida en la cuenca de Fabero-Sil durante el último siglo.
Fue un día soleado el martes. Y una multitud arropaba a los supervivientes, a los compañeros, a las familias de los que fallecieron, al pie de las ocho rocas extraídas del antiguo cielo abierto y el monolito central que el Ayuntamiento de Fabero ha colocado en mitad de la ladera. Las vistas son inmejorables.
La alcaldesa recordó que fallaron las medidas de seguridad. El párroco habló de un ‘amanecer negro’. El teniente de alcalde, que era miembro del comité de empresa de Cofasa en 1984, dijo que el 19 de noviembre, desde hace cuarenta años, «es un día marcado a fuego». Pero lo más emocionante fue ver cómo Andrés Calvo, superviviente de la explosión de grisú en Cofasa, estiraba el brazo en presencia de Genaro Álvarez, el minero al que ese lunes ayudó a llegar a la salida, y le chocaba la mano a Santiago Berlanga, que no volvió a pisar una mina. Los tres muy serios. Los tres vivos.