Sistema educacional enfermo
El verano, al menos el académico, toca a su fin. Un nuevo curso está a punto de abrir sus puertas, y a las inquietudes habituales ante la circunstancia repetida se une la incertidumbre de las condiciones impuestas por la pandemia, que ha hecho más dura, si cabe, la condición de estudiante responsable. Tal responsabilidad ha de extenderse, sobre todo, a los que manejan los hilos del sistema educativo, tan alejados de sus postulados, que ha de desembocar, de forma urgente y actualizada, en un consenso que convierta la educación en una fortaleza real, no solo en discursos vacíos de contenido, como viene siendo habitual por una y otra parte, con los vericuetos autonómicos mediante.
Andreas Schleider, Director del Área Educativa de la OCDE y «padre» del Informe Pisa, afirma, tajante, que «la educación española prepara a los alumnos para un mundo que ya no existe». No hace falta más que comprobar los contenidos de algunas materias para testificar que apenas se han superado algunos conceptos decimonónicos, de elucubraciones teóricas de salón y anquilosados. Lean, si lo estiman conveniente, El niño que venció a brujas y dragones, sin salir de nuestro ámbito. Afirma su autor, Fernando Alberca, en un desarrollo lúcido, que «es muy sano no adaptarse a un sistema educacional enfermo».
Muchos alumnos inician con el curso su periplo universitario. Pero lo hacen en muchos casos con una alta dosis de decepción. Lógica, a mi juicio. La nota de «corte» tiene múltiples problemas, con situaciones rocambolescas, y excluye de la elección a alumnos brillantes, o muy brillantes, apenas por un par de centésimas. Significa en el fondo que estudiarán carreras que no responden ni a sus intereses ni a su vocación inicial, lo que en no pocos casos puede conducir a la desilusión o el fracaso y no pocas situaciones de semejante cariz. Faltan, por otra parte, estudios que encaren la nueva realidad que nos ha tocado vivir, pero con realismo y rigor, no como remiendos endogámicos, afán de completar horarios donde y como sea, insertos, en definitiva, en propuestas que respondan a necesidades nuevas.
Se impone una profunda reflexión, creo, sobre el sistema educativo de todos los niveles. No para las estadísticas, sino para la vida, el desarrollo y la modernidad. Menos discursos, más intensidad y realismo. Hay que afrontar el reto desde la raíz. Ya.