SEMANA GRANDE
Semana Grande. Cuando estamos a dos días de que se produzca ese gran rito que invariablemente se consuma todos los años, hemos iniciado nuestro periplo particular cofradiero el Viernes de Dolores, como acostumbramos todos los años, desde hace ya bastantes. Sevilla estaba preciosa, la tarde genial, las ganas intactas y la paciencia a punto de consumirse, esperando todo un largo año que se produzca el milagro que se obra en esta incomparable ciudad. Nos citamos en la Basílica de la Macarena, al lado de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, este gran hombre al que la Semana Santa sevillana tanto le debe. Qué mejor sitio para poder empezar, que a los pies de la Señora, que este año, para no variar estaba deslumbrante. Entre las seis y media y las siete está bien, poquita gente y desde fuera ya se ve, ahí está Ella, sola en su paso, sin flores, no le hacen falta, majestuosa, siempre con algún perfil que se nos escapa y que nos resulta nuevo después de verla años y años, Este año, madre mía, te he visto y he podido apreciar tu grandeza con todo su esplendor, este año me has vuelto a cautivar. Después de ver lo que muchos consideran el sumun, nos hemos dirigido por la calle Feria hacia la Amargura, otra de la grandes. A medio camino, estaba abierto Monte Sión y para no perdernos nada, hemos entrado para ver la Oración en el Huerto y la Virgen del Rosario. También tiene su encanto, una capilla tan sumamente pequeña y el arte que hay en esta ciudad para disponer los pasos de una manera tan magistral que todo parezca normal. Por fin, hemos llegado a S. Juan de la Palma. Extrañamente, no había apenas gente. Entramos y ahí está el paso de Virgen más espectacular de esta semana grande. Maravilloso conjunto, donde todo en él es arte, la combinación tan perfectamente representada por la Virgen y S. Juan y la espectacularidad del paso, desde la corona, el palio, los varales, los respiraderos, el manto. Todo es arte y todo el ritual se va repitiendo paso a paso, como todos los años, nada aquí cambia, entre otras cosas porque nada tiene por qué cambiar. Pues cuando se consigue la perfección, sería un tremendo error cambiar sin arriesgarnos a equivocarnos. Después de contemplar a la Amargura durante un largo rato, yo particularmente me llevaría toda la tarde con ella, nos dirigimos hacia El Gran Poder. El Señor de Sevilla no está en su paso todavía, pero pudimos verlo en su camerino. Aunque no le pudimos ver la cara, si pudimos apreciar su perfil, sobre todo el del lado derecho y la espectacularidad del rostro de esta imagen de Juan de Mesa. Solamente mirando este perfil, ya podemos darnos cuenta de la grandiosidad de esta imagen y el por qué ha cautivado durante siglos y siglos a tantos millones de personas. El recorrido siguió por S. Lorenzo, con la Bofetá y la Virgen del Dulce Nombre con su espectacular mirada. Me encantan los ojos rasgados de esta imagen, creo que es una de las más bellas de esta ciudad. Al final, terminamos en S. Gregorio, con el Santo Entierro, tal vez para recordarnos un poco lo que somos y el fin que nos espera a todos, y por último, El Silencio, la madre y maestra, que tantos y tantos recuerdos me trae y colofón de nuestro primer periplo cofradiero. Una tarde inolvidable y espectacular, vivida in situ y disfrutada a tope, como me gusta vivir todas las cosas en esta ciudad, que para mí es la más maravillosa del mundo. Joaquín Tomás Fortunati Cendrero