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Publicado por
Joaquin Martinez del Hoyo
León

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Adoro los mundiales de futbol, en los que, cada cierto tiempo, los mejores de cada país, en representación de sus paisanos, se dan cita para luchar por el reconocimiento de los demás. Nos ha tocado a los españoles disfrutar de las mieles de saberse merecedores de un título. Cuando Iniesta armó su pierna y golpeó con rabia el balón hasta la red, la emoción contenida se convirtió en una explosión de júbilo y alegría desmedida. Me abracé y grité junto con decenas de personas que no conocía de nada, pero que sintieron lo mismo que yo en aquel momento, que ERAMOS LOS MEJORES DEL MUNDO. Inocente de mi, esa noche me fui para la cama pensando que los valores y la garra de unos chavales habían contagiado a millones de personas, demostrando que lo que realmente lleva al éxito es el sacrificio propio en un bien común, la valentía, el compañerismo, la solidaridad, y el afán de superación. Son los sagrados y eternos valores del deporte, y que pueden ser una máxima aplicable en cualquier faceta de la vida de todo español. Cuando estos chicos han llegado a España se han encontrado un país lleno de júbilo y entregado a sus heroes, el pais a sus pies. Millones de personas en las calles gritando sus nombres y deseando abrazarles para compartir la alegría de su éxito. Pero en España no hemos aprendido nada. He sentido vergüenza propia y ajena al ver a un presidente acaparando el protagonismo de esos luchadores, que en segundo plano, tenía que ver como constantemente sobaba de forma casi obscena el preciado trofeo de la Campeonato del Mundo. Hasta en tres ocasiones hizo callar al bueno de Iniesta, protagonista involuntario, para que no interrumpiera su poco menos que milimetrado discurso de personalización del esfuerzo de los que realmente triunfaron. casi quince minutos de mitin con un sabor a autobombo que me hizo apagar la televisión por unos minutos. Pero lo peor estaba por llegar, cuando, tras el largo baño de masas que se dieron por las calles de Madrid uno de los momentos más hermosos de la tarde llegaron al escenario donde iban a presentar a su afición su preciada valija. Y menudo escenario: entre los futbolistas y los aficionados había nada menos que 30 metros de agua por medio, imposible estar peor. Ni unos ni otros puedieron estar en contacto, había una barrera artificial especialmente deshumanizadora. parecía un concierto... si no fuera porque al final fue precisamente eso. Y ahí estaba Carlos Latre, que no quería ceder su protagonismo a la selección, interrumpiendo y ordenando a esos chicos para que no se le fueran de madre. Y entonces Bisbal, y entonces Manolo Escobar, y entonces Bustamante, y entonces... docenas de personas que no tenían nombre, pero seguro que tenían un primo en algún sitio que les permitió acceder al escenario que NUNCA DEBIÓ DE SER DE OTROS QUE DE LA SELECCION ESPAÑOLA DE FUTBOL. Bochornoso y vomitivo espectáculo. Triunfitos por un lado, enchufados por otro, abrazando, besuconeando y en definitiva, MANCILLANDO la estatuilla de oro. Tengo grabada en la mente la cara de los jugadores contemplando el espectáculo, alguno de ellos estupefacto porque literalmente, se lo arrancaron de las manos. Mientras a 40 metros, miles de personas, que habían pasado todo el día esperando ver a sus ídolos no daban crédito a lo que acababa de pasar, la vergüenza de este país estaba en ese escenario apropiándose del derecho a ser protagonistas de su gesta. Solo dos excepciones a este esperpento: la Familia Real, quienes no se extendieron en discursos inaceptable que el Rey tuviera un discurso de tres minutos y el Presidente mas de 15 y la inolvidable y calurosa afición del pueblo, que, de corazón gritamos y saludamos de forma anónima a esos heroes. Antes comenté los valores del deporte. Yo creo en el esfuerzo en equipo, la autosuperación y en el merecido premio. Todos mis valores están representados en ese grupo de jugadores, un entrenador y su impecable cuerpo técnico. Es cierto que el título que la han ganado ha sido para que todos lo disfrutemos, pero el triunfo SOLO ha sido de ellos, y el trofeo simboliza ese concepto. Ese trofeo es un fetiche, algo por lo que han luchado, sufrido, gritado, y llorado. Esa pequeña estatua que simboliza mucho más de lo que aparenta. Es la gloria al alcance de unos elegidos. Algo SAGRADO. Es el fruto de muchísimo esfuerzo, donde se concentra el espíritu deportivo, y donde otros solo han visto un becerro de oro y una oportunidad de exhibirse. Despreciables. Tenían derecho a ser los protagonistas. Pero en este país de pandereta, sólo el que tiene padrino se casa.

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