A mi amigo Moisés Liébana
Que lejos está ya el año 1984. La conciencia leonesista intacta. El amor por León, heredado de nuestros padres, nos salía por los ojos en cada valle, en cada montaña, en cualquier resto de arquitectura rural, milagrosamente conservada. Nuestros oídos buscaban la esencia de la música leonesa, que era tanto como encontrar la encarnación más terrena del espíritu de nuestra Región. El mundo, en fin, era aún comestible. En aquel mundillo simplista de lo "típico", que no nos engañemos aún persiste, nadie asociaba la gaita de fuelle con León. La flauta y el tamboril era cosa de maragatos, allá por Babia decían que alguien tocaba el acordeón, y el resto de la provincia era tierra de dulzaina y pandereta. Mi tesina universitaria me hizo volver a recorrer aquella Cabrera mítica, que aún pervive fosilizada con sus carreteras de pizarra y sus casas de teito y llousas, en los recuerdos más queridos de mi infancia. Aconsejado por el cura de la Baña y acompañado de mis colegas de andanzas musicales de entonces, fui en busca de un gaitero mítico de nombre Moises Liebana Voces. Aquella primera vez, no llegamos a Corporales, ya que en el alto de Peña Aguda escuchamos una gaita, la de Moises, que entretenía su vecera con el ganado con su querido instrumento. Siempre tendré ese recuerdo guardado como un tesoro. Los canales romanos, el paisaje descarnado, las urces, la pizarra y la música que nacía de las propias montañas, que se fusionaba con ellas, de una forma más perfecta que cualquier banda sonora de película o reportaje. Luego vinieron muchas otras visitas, tardes pasadas en su peculiar discoteca, domingos en los que volvíamos a casa con el tesoro inagotable de su música grabado en cassettes recicladas donde las Danzas del Rey Nabuconodosor, las Muñeiras, el Corro, el Chano y otros muchos temas ocultaban para siempre la huella original de Deep Purple o Pink Floyd.. De cada visita quedaba el compromiso, siempre aplazado, de comernos un cordero, juntos los músicos y los danzantes del pueblo. En 1985 conseguimos, que después de muchos años de olvido, los danzantes del Rey Nabuco volvieran a hacer su paloteo, en la semana de cultura cabreiresa, que con el patrocinio de la Diputación, organizamos en León. Ahora que, querido maestro, te has ido para siempre, una vez más te doy las gracias. Nos has dejado un legado musical centenario, que prometemos conservar, un ejemplo de que la felicidad descansa en las cosas sencillas de la vida, en una afición sana como es la música, en una conversación con las personas que quieres y en apreciar todo lo que te han enseñado los que nos han precedido. Estoy seguro de que hay un rincón en el cielo para los músicos y probablemente será el más alegre. Ojala no sea un club exclusivo para los genios y virtuosos y nos dejen entrar también a los torpes. Allí nos veremos y te prometo que, si es posible comer en un lugar tan espiritual, asaremos un cordero. Manuel de San Mateo Gil. Fundador y miembro de los grupos de música tradicional leonesa Parva y Sosiega y Son del Cordel