Diario de León
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León

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Cualquier instrumento es susceptible de convertirse en un arma en manos de un imbécil. Así por ejemplo, un simple cuchillo puede usarse con el lícito fin de cortar jamón o bien con el de rebanarle el cuello a alguien; de la misma manera que un coche puede ser usado para su lógico fin de medio de transporte o bien para atropellar a alguien; así como un simple bote de spray de pintura se puede usar como herramienta de trabajo o bien para destrozar una fachada. Para esto último viene siendo habitual su uso en nuestras ciudades. Para expresar mensajes en paredes, demostrando el analfabetismo de su autor, como si quisiera demostrar que para una idea que se le ha pasado por su cabeza es justo que se entere el resto de la humanidad, y así deja constancia su amor por fulanito o su ideología política sintetizada en un par de símbolos o una consigna que deja bien a las claras que su cerebro no da para más. Como también aquéllos que se creen artistas porque las escasas neuronas que les quedan en sus pocas conexiones han dado con un garabato que piensan que es el colmo de la originalidad. Todo el mundo tiene derecho a ser como es, a ser tan estúpido como quiera, pero siempre y cuando lo sea de puertas para adentro, mientras no moleste a los demás. Estas pintadas públicas ponen de manifiesto el escaso nivel cultural de su autor, así como su nula autoestima, lo cual es de por sí digno de lástima, pero no deja de ser menos cierto que en cuanto se deteriore una propiedad ajena, sea pública o privada, constituye un delito penado por la ley. Lo triste del caso es lo complicado de su persecución, de poder dar con los autores y poderles hacer caer el peso de sus actos. Por eso, como dueño de un negocio que ha sufrido sus consecuencias, es por lo que aconsejaría a estos imbéciles a sustituir el spray por un libro, aunque como dudo de que sepan cómo se usa, al menos desearles que la próxima vez que lo empuñen les reviente en los morros.

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