La cultura tiene un precio
En un lugar de la costa, de cuyo nombre sí quiero acordarme, tuve la oportunidad de presenciar una situación que me permitió llevar a cabo la presente reflexión. Yo me encontraba haciendo cola frente a las taquillas de un museo local con el fin de poder adquirir una entrada que me daba acceso a sus instalaciones. Y, delante mío, se encontraba un hombre que rozaba la cuarentena. Era el segundo de la cola. Cuando le llegó su turno, se acercó a la ventanilla y preguntó a la joven que atendía al público si podía acceder al museo de manera gratuita, a lo que ella respondió que no. Dicha respuesta hizo enfurecer al hombre, el cual se negaba a pagar la entrada para visitar, según él, un "museíllo de pueblo". Tras varios minutos de enfrentamiento, y, después de haber lanzado una serie de improperios a la trabajadora, éste decidió marcharse del lugar. Yo era el tercero de la cola. Y, tras haber pagado la entrada sin chistar, accedí al museo. El rato que duró la visita, pude reflexionar sobre aquello que había ocurrido anteriormente en la entrada principal. La conclusión fue la siguiente: la cultura tiene un precio. Y es que a veces olvidamos que detrás de todo esto hay una dirección, una gestión, un mantenimiento que cubrir. La cultura forma parte de nuestras vida y nosotros debemos aportar nuestro granito de arena para preservar muchos lugares que son dignos de admiración.