El ocho de marzo, día de la mujer trabajadora
No pertenezco a ningún sindicato, partido ni agrupación, pero eso, por sí solo, no determina que a priori me posicione en contra o a favor de sus propuestas. Sin embargo, sí lo hace su intención de tergiversar, manipular o instrumentalizar a las personas. Esto es lo que a mi juicio han hecho sindicatos y partidos (todos), y en menor medida agrupaciones o asociaciones de mujeres en relación con el día 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. Creo que el motivo de las movilizaciones debería ser exclusivamente la lucha por la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, que, desgraciadamente, está lejos de ser conseguida. Sin embargo, leyendo con atención manifiestos, convocatorias y declaraciones varias, observo con estupefacción que se mezcla el anticapitalismo con la igualdad de salarios o el aborto con la libertad de las mujeres de no trabajar. A mí no me van a enseñar a estas alturas a ser feminista. Tengo cincuenta años, he trabajado desde los 25, después de estudiar duro, y tengo tres hijos. Me educaron para ponerme metas y no límites. Cuando he ocupado puestos de cierta responsabilidad he tenido que trabajar al lado de muchos hombres, demasiados, porque muchas veces yo era la única mujer, y en algunas ocasiones tuve que parar los pies o cortar de cuajo comentarios machistas o inadecuados. Alto y claro, y hasta hoy, sin ningún problema. También he trabajado, y trabajo, estupendamente con muchos hombres, y con muchas mujeres. En mi vida personal tengo muy claro que mi mayor reto es educar a mi hijo y a mi hija en la más absoluta igualdad de oportunidades, para que, cuando mi hijo tenga veinte años, no tenga que venir su pareja a reprocharme el inútil, machista, vago y egoísta que he educado. Además creo que la igualdad de oportunidades no se refiere sólo a aquella que existe entre hombres y mujeres, sino a que todos (y todas, como dirían de forma políticamente correcta ahora) tengamos las mismas oportunidades, aunque nuestros puestos de salida sean diferentes, como ocurre, por ejemplo, con los discapacitados, con los pobres, o con los refugiados, y eso también intento enseñarlo en casa. En casa, donde discuto o acuerdo con mi marido todas las veces que es necesario, y a veces tiene la razón uno y otras, otro. Él no se calla nunca una opinión, un halago o una crítica, y yo tampoco. Cuando escucho en estos días los condicionantes, los requisitos, que se establecen a la huelga o a las movilizaciones del ocho de marzo, por unos y por otros, o en este caso, supongo, por unas y por otras, no entiendo por qué se ha de excluir a hombres que quieran hacer huelga, por qué se ha de criticar a mujeres que quieran hacerla, o no. ¿Qué más da? Echo de menos sin embargo mayor coherencia. Un presidente del gobierno que dice que mejor no meterse en temas de desigualdad salarial, políticas de su partido que se cagan de miedo antes de sacarle los colores por semejante metedura de pata, un dirigente de partido político que nombra novias como responsables de departamentos del partido, después de laminar antidemocráticamente a quienes le llevan la contraria, dirigentes de otro que se empecinan en apoyar para determinado puesto europeo a alguien… que sea una mujer, así sea inútil integral, pero que sea una mujer… ¿De verdad los políticos, y las políticas creen que las mujeres de verdad estamos como para aguantar semejante sarta de estupideces? No hemos avanzado mucho desde que Clara Campoamor logró el voto para la mujer en 1931… y Victoria Kent votó en contra porque su partido temía el voto femenino. Me encantaría ver por el ojo de una cerradura a todos ellos. Sin ir a conductas delictivas, ver cuántos le han dicho a su mujer “Tú calla que de esto no sabes”, o quiénes han decidido sobre cualquier cosa común sin recabar la opinión de su mujer. Pero también querría saber cuántas ponen a sus hijos una hora de volver a casa distinta de la de sus hijas, o prefieren una nuera que planche las camisas de “su niño” estupendamente, y nunca le lleve la contraria, a otra que sea independiente, y piense y haga lo que le parezca oportuno. Supongo que nos llevaríamos una sorpresa. Una cosa es una huelga, con fotos y periodistas, y otra la vida real. Por último, el ocho de marzo es el día de la mujer TRABAJADORA. Las mantenidas, las que van muy bien opinando “lo que diga mi marido”, las que “no saben” hacer cosas, las que en lugar de ir tirando del mundo, van subidas al carro esperando que tiren las demás, no tienen nada que celebrar el ocho de marzo. María Jesús García Alvarez, mujer, trabajadora, madre, esposa, … y persona.