Una ciudad más pulcra
UNA CIUDAD MÁS PULCRA. No soy un enamorado de la ciudad, no porque esta no tenga encanto, porque no seduzca, sino porque tengo alma y edad de pueblo, de silencio, de remanso, de brida holgada, y de cortejo permanente con los aires límpidos del campo y la montaña. Pero, algunas veces, le dedico tiempo, y la paseo, la observo, me desvío de mi rutina y la hago propia; otras, me sumerjo en ella con la finalidad de mostrar su atractivo al foráneo que camina conmigo. Normalmente la reconozco compuesta, aseada, coqueta, emperifollada, envuelta en una atmósfera histórica, pero no rancia, en un ambular de bullicio, oxigenado y pacífico, inmersa en un pertinaz equilibrio. Y me ahueco, me esponjo, y, como valedor, hasta engolo la voz para darle horma excelsa. Pero este fin de semana pasado decrecí en ínfulas, una ausencia la hacía renquear: LA LIMPIEZA. Señor Alcalde, este año, nuestra ciudad ostenta el título de “Capital Española de la Gastronomía…”, motivo de más para que vele porque las visitas, de camino al yantar, transiten por calles “que no den qué hablar”. Post-Data (Para otra autoridad).- ¡Ah! Se me olvidaba, si a ello sumamos, que recibimos a los visitantes que llegan en tren con salvas de botellas de brik y de plástico, de heterogéneas divisas, y rebujos varios desparramados sobre la terminal de las vías, mechados con hierbajos, rematamos una poco esmerada bienvenida.