cartas al director
La virtud de Sánchez
no es la de todos
P edro Sánchez es un maestro de la pedagogía política. No miente, cambia de opinión. No hace lo que hace por permanecer en La Moncloa, sino por la convivencia. Y su necesidad de mantenerse en el poder, tiene claro que ha de convertirla en virtud.
Lo que sorprende no es que él y sus ministros crucen tantas y tan gruesas líneas rojas en busca de tal virtud —entendida como actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos—. Lo que sorprende es que una gran parte del resto de la sociedad justifique —probablemente por su coincidente ideología con la del Gobierno— tales fechorías.
Y lo escribo porque otro gallo cantaría si los ciudadanos tuviéramos la valentía de mostrar públicamente que es inviable que exista terrorismo malo y terrorismo light. Que no es razonable que las leyes las dicten los políticos fugados. Que es impensable que sin sonrojo se señale desde el Poder ejecutivo al judicial, menoscabando su independencia.
La necesidad y la virtud de Pedro Sánchez no es el interés general. El interés general es que nuestro país sea gobernado con eficacia y eficiencia, con medidas sociales de progreso y fijando un rumbo y unos objetivos de futuro.
No están ni estamos en ello. Estamos ocupados en la redacción de la amnistía. Sólo García Page se atreve a otras cosas.