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El tío calavera

Cada acto público que ejecuta, lo parezca o no, busca siempre cumplir algún oculto objetivo, con frecuencia inconfesable. Aspiración muy lógica en alguien profundamente amoral, que carece de límites éticos y cuya única guía es su particular utilitarismo. Un político que alardea de una obscena falta de respeto al cumplimiento de sus promesas y palabras. Un presidente que considera que, por serlo en una democracia, tiene absoluta legitimación para hacer lo que le plazca retorciendo la ley en su favor y ocupando todas las instituciones con sus amiguetes y afines. Para ello cuenta además con el respaldo de la inmensa mayoría de sus compañeros de partido, siempre dispuestos a hacerle la ola junto a una cohorte de solícitos opinadores, periodistas, televisiones, cómicos y artistas subvencionados, que proclaman sin pudor que nuestro prócer no sólo no se pasea desnudo por la pasarela, sino que luce el traje más elegante del reino. Ni siquiera los supuestos tejemanejes que ahora, y pese a todo, vamos conociendo de su nada supuesta esposa, intermediando supuestamente a favor de supuestas empresas para acceder a supuestos fondos públicos, provocan una mínima fisura en las rendidas conciencias de sus aduladores. La penúltima ignominia, por ahora, de hacerse un reportaje fotográfico removiendo huesos centenarios de las víctimas de una dolorosa guerra civil, es una nueva demostración de que estamos en manos de un completo miserable que no respeta ni a vivos ni a muertos. Peligro.