cartas al director
El abuso de
la mentira
E l último término lanzado a la opinión es deepfake. Hoy la mentira viene del que fuera paraíso anglosajón de la veracidad. Basta pensar en la precampaña presidencial de Estados Unidos o en la lupa constante —y no necesariamente amarilla— sobre la casa real británica. Pero los continentales no vamos a la zaga, como se ha comprobado —no hace falta mencionar, por bien conocida, la triste situación española— ante situaciones críticas europeas a propósito de la agricultura o la energía nuclear, como resume un cronista de Le Monde crítico con el gobierno francés, que no duda en disimular o retener informaciones cruciales para el debate democrático.
Hace muchos años, un conocido periodista mantuvo la tesis de que la objetividad es imposible. No era el prototipo de escéptico, porque añadía: «pero la voluntad de ser objetivo puede darse, o no». Me parece recordar que a George Braque, cofundador del cubismo con Picasso, le gustaba repetir que «la verdad existe, solamente se inventa la mentira».
El progreso tecnológico multiplica las posibilidades de la información, pero también las de la manipulación y el engaño. Por mucho que se escriba de los algoritmos anónimos y automáticos de la inteligencia artificial, se acaba descubriendo la presencia de una voluntad humana. Cada vez es más fácil encontrar lo verdadero, pero, si uno no lo quiere aceptar, tampoco le resulta difícil mentir o endulzar imágenes, en este reino planetario de lo audiovisual en el que la trasparencia sigue sin ser espontánea.