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JOAQUÍN TOMÁS FORTUNATI CENDRERO
León

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Amor, esa es la palabra. Hay profesiones que no se pueden ejercer sin un mínimo de vocación. Me estoy refiriendo a profesiones que no se basan en cumplir las ocho horas y despedirse hasta mañana, hay que volcarse en cuerpo y alma. Un ejemplo lo tenemos con los médicos, estas personas tienen que estar permanentemente localizadas porque se les puede necesitar en cualquier momento para una emergencia y tienen que estar disponibles las veinticuatro horas del día. Otra es la de maestro, la mayoría de la gente no sabe que se llevan a casa los problemas personales de alumnos y alumnas, que actualmente son muchos, y durante horas y horas, fuera del trabajo, tratan de buscar posibles soluciones. En las residencias de la tercera edad pasa algo parecido, toda persona que trabaje allí debe tener vocación y gustarle el trabajo que está desarrollando, de lo contrario no podrá cumplir medianamente la labor encomendada. Los ancianos son como los niños, necesitan mayoritariamente mucho cariño y quien no se lo pueda dar no debería estar ejerciendo ese trabajo. De vez en cuando vemos noticias en las que se ven verdaderas atrocidades con estas personas, que indefensas, tienen que soportar los malos modos de gente que no tenía que estar allí. Es muy corriente y de hecho tienen que cerrarse residencias por malos tratos, desidia o dejadez por parte de los empleados hacia estas personas. Actualmente por suerte o desgracia tengo que visitar frecuentemente una residencia y sin preguntar, se puede apreciar, solo por las caras de las cuidadoras, las que son felices con el trabajo que desarrollan y las que están allí por el simple hecho de tener un puesto de trabajo. A veces me dan ganas de dirigirme a alguna de ellas y decirle: sé lo difícil que está conseguir un puesto de trabajo, pero cuando te salga algo mejor debes cogerlo, decididamente esto no es lo tuyo. En mi profesión, que tengo que estar conviviendo con alumnos y alumnas todo el día desde que empecé, hace ya bastante tiempo, sigo a rajatabla una frase de S. Agustín uno de los principales padres de la iglesia, que además de obispo, fue filósofo: "Aprueba a los buenos, tolera a los malos y ámalos a todos". Amor, esa es la palabra. Joaquín Tomás Fortunati Cendrero

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