TRIBUNA
Eurooopa, ra, ra, ra
Aunque por el título pudiera parecer que me dispongo a disertar, muy forofo, sobre «the champions league», no va por ahí la cosa, si bien hay que reconocer que es uno de sus mayores éxitos en lo que a Europa se refiere. Pero no, la cosa va por lo de las elecciones europeas. Quiero aclarar, desde el principio, que en dichas elecciones se trata de elegir a candidatos previamente designados por sus respectivas formaciones políticas nacionales; es decir, un poco más de lo mismo. No veo yo originalidad, vanguardismo, frescura, proyección de ideas nuevas, o un salto cualitativo en el perfeccionamiento de la democracia en estos comicios. Es lógico, son los mismos perros con distintos collares. Ojo, aquí el perro representa la fidelidad y el amor hacia su amo, no vayan ustedes a imaginar otras cosas…
Conviene diferenciar, antes de nada, a Europa, como continente, de la Unión Europea, cuyos países que la componen (la mitad del total de Europa, aproximadamente) se disponen a votar en las susodichas elecciones. Insisto en este punto porque solemos confundir la parte con el todo, atribuyendo a la Unión Europea el origen, el mito, la historia, la cuna de la civilización occidental, el poder (aquí es verdad que el «money» juega un papel esencial, sin olvidar que en la «génesis» de la Unión, lo fundamental y determinante fue el económico, y lo sigue siendo hoy en día también), así como la proyección y esperanza de futuro. Para España, en particular, Europa conlleva, además, el deseo y la esperanza de poner sensatez en este sindiós en el que se está convirtiendo el país.
Es verdad que los mitos tienen mucho tirón, y en particular el del rapto de Europa por Zeus (metamorfoseado en toro, que eso supone un plus para nuestra fiesta nacional o no, depende), dios supremo del olimpo, que parece que ha persistido adherido a los «genes del europeo». Éste continúa creyéndose un tanto emparentado con la divinidad y presumiendo de fuerza y poder. En su haber tiene muchos méritos, indudablemente, pero cuidado con las sombras. También se sabe que «el que tuvo, retuvo», pero no se puede vivir de las rentas indefinidamente.
Hecho este preámbulo, pasemos a lo mollar del asunto. ¿Qué se juega Europa o, mejor dicho, la Unión Europea en estas elecciones? En primer lugar, credibilidad, marca, identidad propia por encima de los propios países que la componen. Porque venimos observando que muchos de esos países, al margen de ponerse de acuerdo, en teoría, con la Constitución Europea, aprobada hace casi veinte años (que ya tomó su tiempo, la verdad, en eclosionar desde los albores de la Unión), en la práctica tienden a «arrimar el ascua a su sardina» con todo tipo de presiones y triquiñuelas. Es inevitable la comparación de la dinámica del dicho «lo mío, mío y lo de los demás, a medias». Estamos lejos, me parece a mí, de priorizar el bien y el valor de lo colectivo por encima de lo individual. Por eso se tiende a votar en clave nacional, e incluso en clave regional, autonómica, foral, etc. atendiendo a intereses y planteamientos político-sociales egoístas y a menudo torticeros.
Me dirán que como la vida misma. Es posible, pero, justamente, el espíritu de la Constitución Europea se define y se ofrece como un salto cualitativo en la organización de un estilo de civilización, cuyos valores medulares serían la democracia plena y avanzada, los derechos humanos, la libertad, la igualdad, la justicia, el estado de derecho, etc. Me da la impresión de que los cimientos originales de la llamada civilización occidental, cuyo cemento de unión y objetivos eran el cristianismo, han pasado a la historia y que estamos en un momento de transición sin salir de la crisis todavía. No creo que la Unión Europea se haya dormido en los laureles exactamente, pero sí que anda algo amodorrada. La religión cristiana como sistema cultural de comportamiento ético y moral, con una mirada sobrenatural, divina, se ha ido convirtiendo lentamente en un planteamiento de agnosticismo, cuando no de ateísmo, sin más. Es posible que hasta que no se establezca una nueva religión que nos proporcione un nuevo cemento de unión, andemos algo desorientados, y a veces dando tumbos como pollo sin cabeza.
Llegado a este punto, y lo que me sugiere la imagen del pollo sin cabeza, me viene a la mente el chiste (perdonen la ya consabida pincelada de humor) relativo al milagro de la resurrección de Lázaro. Estaba un catequista iletrado describiendo el milagro en cuestión. Cuando Lázaro oyó lo de «levántate y anda», dijo el catequista: Y se levantó y «andó». Alguien le increpó, tratando de corregir su conjugación particular del verbo, y le soltó: anduvo, atontado. A lo que el catequista respondió. Es verdad que al principio anduvo atontado, pero después «andó» bien… Pues eso, que algo atontada está la Unión Europea, demasiado ocupada en la bolsa de los dineros y dedicando demasiado tiempo y esfuerzo en «legislar sobre la legislación legislable» en asuntos muy secundarios pero elevados a primordiales, multiplicando los representantes de sus múltiples estructuras del poder y derivados, desviando el objetivo de lo esencial no sea que los estados miembros se disgusten… Por eso mira hacia otro lado cuando un prófugo de la justicia de un país miembro se acomoda entre sus faldas o cuando le pide, entre asustada y desvalida, a su primo, el del zumosol, que le saque las castañas del fuego, que la defienda de los matones.
Yo prefiero más valentía, capacidad de sacrificio, concordancia entre la teoría y la práctica, etc. que esas declaraciones grandilocuentes de bienestar, buenismo y altura de miras que no conllevan a una ejecución efectiva. Ya sé lo difícil que debe ser hacer un equipo ordenado y supeditado a un objetivo común cuando los jugadores de dicho equipo se miran al ombligo, con egos hipertrofiados, y tratan de ser la figura del partido, regatean todo lo que pueden y más antes de pasar el balón al compañero. Luego se quejan y dicen no comprender nada, con lo buenos que ellos son, cuando el contrario les mete un gol, o les golea. La culpa es siempre del entrenador, del árbitro o del estado del césped.
Urge, pues, dar un volantazo, tomar conciencia de la bondad y grandeza del objetivo común. Para ello es indispensable aceptar la grandeza de renunciar al divismo de la pequeñez, tan arraigado en cada una de las partes. Y el que quiera entender que entienda. De lo contrario seguiremos votando más de lo mismo, dando, en el mejor de los casos, una mano de pintura a las paredes de la casa, pero obviando la protección de la estructura. Después, cuando azote la tormenta o el seísmo se asome a la puerta no servirá de nada implorar a Zeus para que vuelva en forma de toro blanco…Yo, en todo caso, me apunto al cambio y proclamo enfervorecido: «Europa, Eurooopa, ra, ra, ra.»