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TRIBUNA

Prisciliano Cordero del Castillo
Sacerdote y sociólogo

Decepción entre los progresistas de la Iglesia por las últimas actuaciones de Francisco

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Vaya por delante mi admiración y mi aceptación plena de los planteamientos reformistas del Papa, pero últimamente Francisco está decepcionando a parte de sus fieles. Por un lado están los conservadores, habituales enemigos, a quienes no les gusta nada de lo que hace o dice. Pero también está recibiendo fuertes críticas de los progresistas a quienes normalmente les agrada Francisco, aunque hoy expresan su sorpresa y decepción por los últimos acontecimientos. El hecho de que dijera «no» a la ordenación de las mujeres como diáconos, «no»  a los sacerdotes casados, y los comentarios que ha hecho sobre el ambiente en los seminarios italianos y sobre el «chismorreo» como conducta propia de mujeres, han levantado una ola de críticas desde dentro y desde fuera de la iglesia al Papa.

El «no» del Papa a las mujeres diáconos fue inesperado porque el tema había sido discutido en octubre pasado en el Sínodo sobre la Sinodalidad y previamente había sido examinado por dos comités nombrados por el mismo Papa. En sus encuentros con la gente se manifiesta como un pastor para quien en la iglesia «hay sitio para todos», pero no está dispuesto a cambiar las enseñanzas de la iglesia ni a atender a las peticiones sinodales. En cuanto a los sacerdotes casados, Francisco dio un «no» temporal en el Sínodo sobre el Amazonas, argumentando que tenía que ser discutido por la Iglesia en general. El Sínodo sobre la sinodalidad era el lugar perfecto para tener esta consulta más amplia, pero la posibilidad de sacerdotes casados apenas se mencionó en la reunión del sínodo de octubre de 2023. De esta situación hay que culpar a los miembros del sínodo más que al Papa: ni los obispos ni los laicos en el sínodo hicieron del tema de los sacerdotes casados su prioridad.

Pero el Papa ha sorprendido aún más con su lenguaje sobre la homosexualidad en los seminarios, diciendo a los obispos italianos en una reunión del 20 de mayo, a puerta cerrada y según  informes de los medios italianos, que en los seminarios «hay demasiado mariconeo». El Papa rápidamente se disculpó por sus palabras y el Vaticano emitió una declaración que decía: «El Papa nunca tuvo la intención de ofender o expresarse con términos homófobos, y emite sus más sinceras disculpas a todos aquellos que se sintieron ofendidos por el uso de un término reportado por otros». Sus palabras negativas parecen contradecir su comentario de 2013, cuando le pidieron su opinión sobre los homosexuales y contestó: «¿Quién soy yo para juzgar?». Pocos días después, reunido con un grupo de sacerdotes italianos, también a puerta cerrada, el Papa vuelve al centro de la polémica al decirles en un ambiente coloquial que «el chismorreo es cosa de mujeres» y anima a los sacerdotes a «llevar los pantalones». Estas expresiones, sacadas de su contexto, ciertamente son poco afortunadas. Ante estos hechos, la primera pregunta que surge es ¿quién las sacó de su contexto, siendo una reunión a puerta cerrada?, y la segunda, ¿se puede fiar el Papa de sus interlocutores, aunque estos sean obispos o sacerdotes y esté hablando con ellos a puerta cerrada y en lenguaje coloquial? ¿No será que el enemigo lo tiene dentro de casa?

El Papa Francisco ha puesto todo su esfuerzo y empeño en el Sínodo de la Sinodalidad para renovar la iglesia. Pero un sínodo no es un concilio. Dos sesiones de un mes de duración no pueden resolver cuestiones sobre las cuales la iglesia está dividida, como muestran las continuas controversias sobre las bendiciones homosexuales, las mujeres diáconos, los sacerdotes casados. El Papa Francisco nunca vio el Sínodo sobre la sinodalidad como un lugar para resolver cuestiones polémicas. Los frutos que Francisco espera del sínodo son una mayor comunión, una mayor participación y un mayor compromiso con la misión de la iglesia para el siglo XXI.

Con el Sínodo, el Papa ha reabierto las ventanas de la iglesia que abrió el Concilio Vaticano II y cerraron sus antecesores. La iglesia sigue siendo una institución reacia al cambio y no cambiará hasta que haya un consenso global para dar un paso adelante. Pero esto es un contrasentido en un mundo que cambia tan rápidamente como el nuestro. No se puede esperar a alcanzar el consenso. Los progresistas están cansados de esperar. A los jóvenes simplemente no les importa, ya que han abandonado la iglesia como una institución aburrida y patriarcal. La iglesia puede volverse más conservadora simplemente porque la abandonan aquellos que podrían ayudarla a buscar nuevos horizontes.

Esto deja al Papa en una situación muy comprometida. Actuar demasiado rápido podría hacer estallar la Iglesia. Avanzar demasiado lentamente significa perder a los jóvenes y a muchas mujeres, razón por la cual temas como el control de la natalidad y el diaconado son tan importantes. En Europa, los hombres abandonaron la iglesia en el siglo XIX debido a las posturas políticas y sociales de la jerarquía, pero las mujeres permanecieron. A finales del siglo XX también han empezado a irse las mujeres y la iglesia no puede existir sin mujeres que hagan el trabajo de transmitir la fe a las próximas generaciones, ya sea como madres, abuelas o maestras.

Cómo sobrevivirá la iglesia en el siglo XXI es un misterio. Yo estoy seguro de que Dios tiene un plan para conseguirlo, pero simplemente hoy lo desconocemos.

Actuar rápido podría hacer estallar la Iglesia. Avanzar demasiado lentamente significa perder a los jóvenes y a muchas mujeres