UGP: Unión General Parada
Tribuna | Miguel Ángel González
economista
Hace mucho tiempo vengo preguntándome cuál es el papel de los sindicatos y a fuer de ser sincero aún no lo he descubierto: son tantos y tan dispares, hasta contrapuestos. Algunos dicen que defienden a los trabajadores, otros a los desfavorecidos, algunos a sus afiliados y unos pocos a sus intereses particulares. Siempre he desechado la idea de que responden al beneficio de sus mandatarios, aunque cada vez es más frecuente encontrar en esta última, la razón en sus actividades y posicionamientos.
Recientemente hemos asistido a una exhibición de músculo, de poder omnímodo, me atrevería a decir. Y la verdad es que para eso no hay quien les gane. Saben hacerlo. Y muy bien. Como cualquier persona que trate de buscar las razones a una acción: aquello que se estudiaba en filosofía como causa y efecto, me detengo un momento, esforzándome dentro de mis límites intelectuales -”sean los que fueren en buscar el objetivo de tal manifestación. Y aunque he estado algún rato pensando, no he encontrado una mejor razón que la que exclamó S. Juan de Sahagún al encararse al toro que sembraba el pánico en las calles de Salamanca: «¡Tente quieto!» Pues eso es lo que me parece más se ajusta a lo que han hecho los sindicatos: avisar. Este tipo de manifestaciones pueden responder a actitudes chulescas o bravuconas o más bien a una amenaza, una postura frente a una situación que en un futuro próximo les afecte negativamente. Y estudiando la trayectoria de nuestros sindicatos me atrevo a pensar que hay mucho de lo segundo. Hay miedo. Miedo al presente y miedo al futuro, a lo que se avecina.
Para mi tengo que se ha levantado mucho ruido, de una manera interesada como casi siempre. Porque vamos a ver, en cualquier país o economía desarrollada existen tres agentes que actúan en el mercado laboral. Uno es el trabajador, aquel que es contratado por otra persona para prestación de un servicio a cambio de una remuneración que llamamos salario. La otra es el empleador, el agente que contrata, recibe el trabajo y paga a cambio. Y finalmente hay una más, que no suele aparecer en los análisis económicos, aunque debería: el parado. Aquellos agentes, los convencionales, están más o menos representados y protegidos por sus asociaciones, que en un caso se llaman sindicatos y en otros patronales. Se reúnen, negocian, discuten, a veces rompen las negociaciones, se levantan entre amenazantes aspavientos, convocan huelgas,-¦ Vamos, que mantienen una relación más o menos protocolaria para alcanzar sus objetivos, y cada uno busca el suyo. Por un lado, el trabajador quiere mantenerse en el puesto de trabajo y cobrar dinero, mucho, todo el que pueda; en el otro lado, el empresario, que pretende reducir al máximo los costes y producir más.
Uno y otro, en principio, parecen ser contrarios, pero a pesar de que a alguno le pese, no pueden ser más complementarios. Y por eso se pelean, se insultan, se enfadan, pero al final siempre vuelven irremediablemente a quererse, como los finales de las mejores películas de Hollywood, por cierto esas que en España no sabemos hacer y es que las subvenciones aborregan el espíritu. Pero a los parados no los quiere nadie. Están solos. Los parados o mejor, los desempleados, persiguen un objetivo propio y diferente al resto: trabajar. Y si consideramos esa circunstancia, es indudable que no tienen a nadie que les defienda porque su meta se escapa a los límites que enmarcan los intereses de un sindicato e incluso de su actividad.
Los sindicatos representan a-¦ ¡Sí!. Los trabajadores. Eso es lo que solemos decir pero los trabajadores no son los desempleados, tienen algo que a estos les falta y eso hace que varíe notablemente su percepción de la realidad, desde luego no tienen los mismos problemas, ¿o sí? Si así fuera, podíamos ponernos todos de acuerdo y reducir un porcentaje de nuestra nómina y jornada para que todos trabajasen. Pero esto no lo proponen los sindicatos. No. Ni se les pasa por la cabeza. Tampoco a los empresarios. Por supuesto. Por lo tanto parece claro que existe una masa social no representada, una masa social de casi cinco millones de personas que persiguen un objetivo: trabajar.
Podría alguien ayudarme en este discurrir y apuntar que es lógico asimilar un trabajador y un parado en los brazos cálidos de los sindicatos, uno y otro son los mismos: hoy trabajas, mañana estás en el paro. Y ciertamente tendrá razón este buen amigo. Así que, analizando este inciso, me di cuenta que los sindicatos -”entendidos como asociación de trabajadores-”, han ido poco a poco tratando de evitar esa mezcolanza, esa dualidad: diferenciando uno y otro siempre que han podido. Así no han dejado nunca de apoyar normas, leyes que mejoran los beneficios de unos, los que trabajan. Se ha ido creando un sistema estanco: nosotros con todo -”principalmente, derechos-” y ellos con nada.
El despido en el mercado laboral español es el más caro de los países de la OCDE, tenemos la tasa de paro más alta de los países de la Zona Euro, nuestro sistema de contratación es uno de los más complejos del mundo. «Sí ¿Y qué? Eso es bienestar social». Ya, más bien será el tuyo. Durante el último año más de 1,5 millones de personas han perdido su empleo y los sindicatos han estado tranquilos, hasta ahora. Curioso. Y si los agentes son los que son y nosotros no podemos ser los malos, entonces tienen que ser ellos: los empresarios. Cuando curiosamente son la única solución a este drama. En realidad este proceder responde a un criterio claramente evolutivo. Si nos planteásemos cómo debe actuar un grupo ante la presión de otro, basta con ver algún documental de La Dos, con gorilas y monos, y el resultado es muy parecido. Seguramente en un primer momento tratan de defenderse y conservando su identidad y sus logros. En España hay 18 millones de trabajadores y casi cinco de desempleados. Es lógico pensar que unos vean a los otros como potenciales amenazas y los otros a los unos como oportunidades: ellos tienen lo que los nosotros queremos. Por lo tanto, si los intereses y los objetivos de ambos son contrarios, ¿qué ejercicio malabarista es capaz de hacer un sindicato para adueñarse de toda su representación?
El problema de los parados, no es ni puede serlo nunca el empleador, al contrario es el complemento a sus necesidades, la otra parte del contrato. Puestos a enfrentar, como lo hacen los sindicatos, son éstos, los que con sus muestras de poder, sus amenazas, sus normativas y sus presiones chulescas crean barreras de entrada que cada vez son más difíciles de saltar para los nuevos candidatos. Y aquellos que lo consiguen, a fuerza de trabajo y capacitación, se encuentran con que el único contrato que alcanzan a firmar es uno temporal y «barriobajero» porque los buenos (normalmente fijos) conllevan unos privilegios inalcanzables.
Por lo tanto, los sindicatos han ido consiguiendo más y más derechos a los trabajadores que les han permitido mayores niveles de dignidad y bienestar pero a su vez, voluntaria o involuntariamente, conforme más avanzan en sus reivindicaciones, mayores trabas han ido poniendo a la incorporación de nuevos trabajadores a las empresas. No deja de ser paradójico que sean ellos los que planteen soluciones para acabar con el paro. Es una mentira que saben muy bien cómo mantener: es más fácil culpar al que contrata y más con esa lúcida cabeza que les representa. Y es que en todos sitios cuecen habas.