Me niego
Al trasluz | eduardo aguirre
Me niego. Me resisto a escribir sobre cierta nariz, o lo que queda de ella. Esta columna tiene reservado el derecho de admisión, como l os billares y las tascas. Aunque el tema me persigue, como esos fantasmas que se te aparecen para que descubras el asesinato que les permita descansar para siempre. No malgastaré una línea con tal napia, o lo que queda de ella. Nunca. Jamás. Esto es prosa efímera, pero respetable. Mientras tanto, la propietaria de la misma sigue presentándola en sociedad, es decir, en los bajos fondos de la televisión, que es donde las audiencias son más altas. Al parecer, pidió al cirujano que los trozos sobrantes se los envolviesen para llevárselos a casa y hacerse unas suculentas croquetas de exclusivas, y en ello está. A su negocio este frío siberiano la viene muy bien, porque ya tiene contratado el primer estornudo. La cirugía estética aporta adecuadas soluciones a muchas personas, sin que hagan de ello un circo, por lo que nos parece irresponsable tanto apoteosis mediático del bisturí como fuente de felicidad, pues lo del nirvana de la faraona del tertulieo faltoso no se arregla con fontanería. Dicen que es la voz del pueblo, pero algunos confunden a Sancho con Rucio. Me niego a escribir sobre su tabique nasal, o lo que un día lo fue. Los columnistas somos juglares de la actualidad, y a ella nos debemos, pero nuestra es la decisión sobre dónde comprar el laúd y la forma de tocarlo. No voy a dedicarle ni una mera nota. A mí no me mediatiza nadie, ni una ex nariz me protagoniza una columna. Admito que la de Pinocho merece una entrevista. O la de Cleopatra, de quien Pascal afirmó: «De haber tenido una nariz más corta, la faz del mundo hubiese sido diferente». Pero sobre la de la Belén Esteban me niego a escribir. Dicho y hecho. Por coherencia.