Diario de León

LA OPINIÓN DEL LECTOR

Vida normal

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Tribuna | María Dolores Rojo López

La conclusión de estas fiestas navideñas termina alegrándonos a todos. Entramos en ellas con actitudes muy diversas. La mayoría de nosotros tal vez sintamos que son una oportunidad desastrosa para hacer presentes los vacíos, las ausencias, las diferencias y hasta el arrebato de sucumbir a las tentaciones que uno tanto evita durante el año. Muchos, las iniciamos con deseos previos de que terminen pronto y podamos restablecer nuestro ritmo normal de vida para recuperar esa monotonía que nos instala, de nuevo, en la seguridad y comodidad que conceden las rutinas. Después de desearnos felicidad hasta la saciedad, en todas las formas posibles, comenzamos el mes de enero olvidando estas fórmulas de obligada cortesía que se instalan al final de año y retomando el día a día con la misma actitud que teníamos antes de entrar en las fiestas navideñas. Volver a la oficina, al banco, a las clases o a cualquiera de las actividades que ejercitemos se convierte en un escape agradecido ante tantos brillos y burbujas, ante desilusiones repetidas con la suerte de los números y sobre todo, ante nuestros propios deseos de restablecer el orden en la mesa y en el merecido descanso nocturno.

Las soledades vuelven a tomar posesión en la vida de muchas personas. Las multitudinarias reuniones familiares dan paso a vacíos conocidos y la sensación de orfandad vuelve con fuerza tras las despedidas y el silencio de las risas infantiles que han iluminado mejor que nada, este tiempo diferente. Estamos acostumbrados a nuestros rincones, nuestras rutinas hechas hábito, a la frenética actividad salpicada, unas veces, de intervalos anárquicos de descanso, a las claridades y oscuridades de nuestro día y a un sin fin de aspectos enteramente creados por y para nosotros a los que no estamos dispuestos a renunciar. De la soledad impuesta, se pasa muchas veces a la soledad elegida o a esa especie de soledad en compañía en la que nos posicionamos para sobrevivir a cada circunstancia adversa. Tendemos a aislarnos cuando no nos sentimos compre ndidos, cua ndo nuest ra opinión deja de ser importante para el otro, cuando la toma de decisiones comienza a ser unilateral o simplemente cuando no encontramos reciprocidad en aquello que nos emociona y, sin embargo, deja insensible al resto de los que están compartiendo nuestra intimidad.

Posiblemente, lo mejor que tiene el comienzo de un nuevo año es la reflexión a la que estamos tentados al final del que termina. Valorar lo positivo y perdonarnos los errores se convierte en un ejercicio de reconstrucción de la autoestima capaz de recomponer el ánimo ante nuevos comienzos. Los propósitos de vencer a los hábitos que nos tiranizan, la voluntad de mejorar nuestra formación o la decisión de emprender nuevos derroteros se erigen una vez más, en la mejor bandera para asomarnos al primer día del año. Y tras él, nuevamente nosotros con todos los fantasmas que tanto cuesta vencer.

La dificultad de vivir en una sociedad tan compleja en cuanto a las relaciones humanas y tan materialista y cuantitativa, en relación a las posibilidades monetarias, agravan por momentos la armonía privada a la que todos queremos llegar con nuestros propósitos navideños. El sufrimiento moral y social, más patente hoy que nunca entre los ciudadanos normales, ya no es privativo de quienes padecen alteraciones emocionales serias o enfermedades psiquiátricas específicas. Todos sufrimos de una forma u otra o tenemos la sensación de que así lo hacemos. De ahí, el empeño por elaborar un list ado de propósitos para que al menos, en lo que dependa de nosotros, podamos ser felices. La única realidad tangible y eficaz es que el cambio de las situaciones y personas nunca se va a operar a nuestro gusto o necesidad y que lo único posible es, ciertamente, que si queremos que la realidad que nos circunda se modifique, debemos comenzar a operar las transformaciones en nosotros mismos. Otra forma de juzgar lo que nos sucede, nuevas valoraciones acerca de cómo sentimos y reaccionamos sobre lo que acontece, diferentes posicionamientos ante lo que nos disgusta o molesta y una variación cualitativa que relativice nuestros males va a permitir que verdaderamente nos instalemos en el año que comienza con la seguridad de no seguir siempre las mismas rutas si queremos llegar a lugares distintos.

Vivir el momento presente, el aquí y el ahora, no garantiza la felicidad pero al menos evita la dispersión de la mente y su empecinamiento en volver a recrear lo que ya no se puede cambiar. Tal vez, nuestra vida sea la sucesión de un gran cúmulo de aprendizajes realizados a partir de lo que aquello que más nos ha dolido; posiblemente, las experiencias fracasadas hayan servido tantas y tantas veces de referencia a la hora de mejorar, que se han convertido en el resorte de nuestro crecimiento interior dándonos la medida de nuestra valía. Este conocimiento de uno mismo es necesario si queremos iniciar un tiempo nuevo con nuevos proyectos o incluso, lo es también si ni siquiera estamos seguros de querer cambiar pero apostamos por sentirnos a gusto con nosotros mismos a pesar de las personas y circunstancias que nos rodeen.

Estamos demasiado acostumbrados a abusar de la palabra. Derrochamos oratoria y ahorramos silencios. Nos convertimos, con demasiada frecuencia, en protagonistas atolondrados de nuestra propia historia e incluso queremos serlo de las ajenas en vez de comportarnos como sabios observadores capaces de discernir el exceso del defecto. Renunciar a la gran necesidad de la aprobación externa equivale a valorar nuestros propios juicios sobre los demás y ante todo, a conquistar la merecida libertad que como seres humanos debemos gozar. La peor lucha es la que uno establece consigo mismo porque la víctima o el verdugo, en cualquier caso, siempre somos nosotros. Los viejos sufrimientos nos llevan a revivir sucesivamente antiguos padecimientos que debemos superar. Hemos de rescatar del pasado, solamente, el aprendizaje de no volver a repetir los errores y confiar en nuestro sabio interior para utilizarlo en nuestro provecho viviendo el presente como un inmenso caudal de oportunidades de mejora y felicidad.

La propuesta principal de cambio, para este año que comienza, sería superar los miedos que se anclan en la memoria para sustituirlos por la seguridad de vivir en equilibrio inteligente con nuestro entorno y con nosotros mismos.

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