Diario de León
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Al trasluz | eduardo aguirre

Me dije: voy a leer una novela del siglo XIX, buena prosa realista. Escogí una obra de Balzac, Ilusiones perdidas, y no llevaba más de una docena de páginas cuando recibí un gancho de derecha que me hubiera hecho caer al suelo si uno no tuviera la burguesa costumbre de leer sentado. El autor calificaba a un personaje de anciano-¦ por tener 45 años. No me extraña que muchos crean que los libros muerden, porque a mí este me dio una dentellada. Entonces, uno, ya con 51 calendariazos encima ¿entre qué clase de incunables tendría que estar archivado?

Mi mujer me señaló el párrafo de una novela contemporánea que estaba leyendo y en la que, curiosamente, se afirma algo similar respecto a los 45 años de un personaje femenino, ya es casualidad. Si no quieres arroz, dos tazas. Somos vetustos y nosotros sin saberlo. Sin embargo, no recuerdo haber pasado por la etapa de galán maduro, por la que tenía cierta curiosidad antropológica. No, ni hablar. ¡Cómo vamos a ser viejos desde los 45 años! La ancianidad es un respetable doctorado, pero envejecemos y rejuvenecemos cada día muchas veces, con nuestros estados de ánimo, que son los dictaminan nuestra verdadera cronología. Así que voy a adentrarme en las casi setecientas páginas de Ilusiones perdidas, pues sigo disfrutando con la lectura, como cuando era pollo pera. Me llevará su tiempo, pero el Imserso puede esperar. La experiencia te enseña desde su cátedra de risas y lágrimas que debes vivir el presente, pero sin banalizarlo, percibiendo su condición sagrada. El trascendente aquí y ahora sobre el que navegamos. Por ello, este día de crisis, frío como un cuchillo, voy a disfrutarlo como si estuviese en el Caribe. ¿Viejos ya desde los 45? ¡Y un cuerno, monsieur Balza c! Debí haber escogido a Dickens.

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