Chulería aeroportuaria
Al día | luis del val
Para las aenas del mundo, controladores aéreos del planeta, pilotos de altura y bajura, azafatas de tierra y aire, incluidos gerentes de catering y trabajadores de empresas de seguridad, los pasajeros que van a tomar un avión son unos borregos sin criterio, a los que conviene mantener en todo momento estabulados. Todos pendientes de una pantalla donde se comuniquen los retrasos, bien en una larga fila, donde al cabo de hora y media o dos horas una empleada aburrida de tener que llevar a cabo semejante trabajo te indicará si prefieres ir a dormir un par de horas a un hotel, o te quedas en el aeropuerto a esperar el siguiente vuelo que -”eso sí-” no está garantizado que vaya a salir.
Los pasajeros, entonces, nos portamos como lo que somos, como borregos, y protestamos con borreguil previsión, y refunfuñamos con borregueras e inocuas maneras, y nos aguantamos, porque los borregos lo aguantan todo. Solo cuando la hinchazón ovárica de las pasajeras y la inflamación testicular de los pasajeros alcanza un engrosamiento peligroso, se toman las puertas de embarque, o se asalta directamente la pista, o se organiza algo que perjudique a los otros borregos, con lo que viene la Guardia Civil, y te evitas las dos horas de pie, aguardando que te den la explicación que se les da a todos los borregos.
Como les sale gratis, tanto a las compañías aéreas como a las explotadoras de los aeropuertos, todos los incumplimientos de contrato, sevicias, maltrato y ensañamientos varios, sólo entienden la rebelión, es decir, la proyección de su propio caos hacia ellos.
Hay que echar mano de la violencia pasiva, del motín y la perturbación. Los pastores de borregos es el único lenguaje que entienden, es decir, demostrarles que somos pasajeros en lugar de pacientes corderos.