Diario de León

Contrariedades de la presidencia europea

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Panorama | antonio papell

Es la cuarta vez que España preside la Unión Europea, por lo que no hubiera tenido sentido a estas alturas esperar ingenu amente que este desempeño europeo brindara oportunidades extraordinarias al país y/o a sus gobernantes. En el concreto caso español, esta presidencia que acaba de comenzar representaba simplemente para el Gobierno de Rodríguez Zapatero una oportunidad para apartar el gran y principal debate político de la crisis económica y orientarlo hacia temas menos ingratos para el Ejecutivo. Pero en esta ocasión, las cosas no están siendo del todo como imaginaba el Gobierno, que ha quedado preso inesperadamente en dos contrariedades. De un lado, Moncloa no se había percatado del todo de la gran paradoja que supone que haya de ser el país más afectado por la crisis económica el que se ponga al frente del impulso colectivo para que toda la UE salga cuanto antes del pozo. De otro lado, quizá no se habían evaluado bien los efectos que tendría sobre los aspectos protocolarios y de fondo la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que, entre otros cambios, introduce la figura de un presidente permanente del Consejo de Europeo y pone en marcha un servicio exterior.

En lo tocante a la mala situación económica, es preciso reconocer que Rodríguez Zapatero llega con su credibilidad muy mermada por su poco comprensible resistencia inicial a reconocer la crisis. Zapatero, además, alardeó con demasiado énfasis y con escaso tino de que España había sobrepasado a Italia en PIB per capita y de que, supuestamente, estaba a punto de hacer lo propio con Francia Estos agravios, aunque sean verdad, se terminan pagando Así las cosas, Zapatero ya no suscita en modo alguno compasión en las estancias europeas sino ironía y escarnio. «Una España torpe guiará a Europa», ha asegurado editorialmente el «Financial Times» en línea con lo que asimismo ha escrito «The Economist». Y en cuanto se han conocido las primeras propuestas, como la de forzar el cumplimiento de la Agenda 2020 con sanciones económicas como las que obligan a cumplimentar los Pactos de Estabilidad, se han producido asimismo críticas todavía de mayor calado. La otra contrariedad es, como se ha dicho, la entrada en vigor el pasado 1 de diciembre del Tratado de Lisboa, que aplaza la mayoría de las decisiones importantes -”por ejemplo, el fin de la unanimidad en 87 materias (ahora rige en 36) sólo se producirá en 2014-”, pero que sí ha representado la entronización de las nuevas figuras institucionales que deben dar aparatosidad al edificio comunitario. Así, la designación del belga Herman Van Rompuy como presidente del Consejo de Europeo -”un cargo eminentemente burocrático-” oscurece el papel del presidente de turno. Por lo demás, y haciendo abstracción de estos asuntos de contorno, la presidencia española parece correctamente organizada e incluirá cumbres relevantes que darán prestancia a nuestra diplomacia y a nuestra condición de anfitriones. Hay una intensa agenda de unas 350 reuniones entre las que destacan las cumbres entre la UE y Estados Unidos, América Latina, Unión por el Mediterráneo y Marruecos. Es poco probable en todo caso que estos tropezo nes en el arranque frustren la presidencia española, a la que el principal partido de la posición ha brindado apoyo, como no podía dejar de ocurrir (es el Estado español y no el gobierno de turno el involucrado en esta tarea europea).

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