Diario de León

Sobre sectarismos y lenguaje sexista

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

Tribuna | asociación feminista leonesa «flora tristán»

Siendo, como somos, miembras de la asociación feminista leonesa más veterana y persistente (la Asociación Flora Tristán trabaja ininterrumpidamente desde 1975 por el reconocimiento y práctica de los derechos de todas las personas, empezando por los de las mujeres, más vulnerados y menos respetados) no nos queda más remedio que entrar al trapo del artículo de Cristina Fanjul publicado en el Diario de León del día 2 de enero. El lenguaje sexista y las alternativas para mejorarlo, para que deje de ser sectario y reflejo de la mente y organización patriarcal, es un campo de trabajo desde hace años transitado por feministas especialistas en lenguaje y por simples hispanoparlantes. La concejala Teresa Gutiérrez, con el folleto de uso de un lenguaje más equitativo y por lo tanto, acorde con la realidad -”además de justo-”, no se ha sacado nada de la manga. Es una consecuencia lógica del compromiso que, al menos de boquita, tienen todas las instituciones españolas para conseguir que la práctica cotidiana se adapte a los deseos de igualdad real entre mujeres y hombres. Y no es el primero. Ya hace años el equipo de expertas del Instituto de la Mujer elaboró un folleto similar de uso de lenguaje no sexista para información pública (busquen por NOMBRA)

Tampoco es sectario el proyecto ya que en las imágenes y textos se refiere por igual a mujeres y hombres. Y promueve el uso de las fórmulas neutras cuando por simplificar no se desea utilizar femenino y masculino. Ni el proyecto ni el folleto merecen designarse con esa pa labra que Cristina Fanjul utiliza de forma irresponsable: feminazi . Palabra que se diría compuesta de «femi» y «nazi» y por lo tanto parece hacer referencia a una supuesta ideología y práctica de exterminio físico y apropiación de vidas y bienes sustentada por las mujeres (femi) movilizadas por la creencia de que son superiores y las únicas que merecen vivir (nazi).

Cristina Fanjul ha incurrido con tan injurioso término en lo que ella misma parece criticar de las propuestas de uso del español hechas por Teresa Gutiérrez. Eso sí es retorcer el lenguaje , desvirtuar el sentido de palabras tan importantes en la historia de la humanidad y su evolución como «femenina» o «feminista» y «nazi», con el fin de difamar e insultar. El insulto suele ser el instrumento preferido de quienes carecen de argumentos o prefieren el anatema y el dogma en lugar de la creatividad, la negociación y la propuesta de alternativas que mejoren nuestra convivencia.

Tampoco parece muy sopesado por parte de la citada el ejemplo que pone para ilustrar sus improperios. Cambiar una frase en la que el sujeto es masculino («el solicitante debe cumplimentar») con pretensiones de referirse a todas las personas, mujeres y hombres, por otra frase en la que el sujeto no necesita ser especificado al utilizar un infinitivo o un imperativo («cumplimentar» o «cumplimenten»), no perjudica a la información y desde luego es menos sectario. Si esto es todo lo que puede echar en cara al folleto del Ayuntamiento de León no tenemos más remedio que preguntarnos qué tipo de víscera se le conmueve cuando las mujeres intentan mejorar la sociedad haciéndola más igualitaria. Igual que nos preguntamos por qué cree que estos cambios en el uso del idioma suponen una agresión, un robo o un menosprecio a los hombres o al idioma. Las mujeres sí que llevamos sufriendo milenios gracias al llamado masculino «genérico», que no es más que el masculino aplicado a todos los seres humanos porque sólo los hombres han sido considerados arquetipos de lo humano, y únicos capaces de utilizar el lenguaje bien y para bien. El masculino no es un neutro ni tiene por qué ser el género «no marcado»; el masculino «genérico» es la fórmula patriarcal para insistir en que hay personas de dos sexos, de dos categorías, entre las cuales sólo los hombres son reconocidos, nombrados y visibilizados de forma adecuada.

Utilizar el supuesto masculino «genérico» para designar tanto a los hombres (machos de la especie humana) como a ellos y a las mujeres (hembras de la especie humana), o utilizar el masculino como aparente neutro para luego decir en femenino lo que a los hombres no les conviene (insultar a un hombre refiriéndose a él como «vaya una hembra» por ejemplo, o poner en femenino sólo las ocupaciones y categorías profesionales peor pagadas y menos cotizadas, también por ejemplo) crea confusión, no informa debidamente y deja a las mujeres siempre en la duda de si es algo que les concierne o no y en la seguridad de que son ignoradas o rebajadas directamente.

Si, como dice la periodista Fanjul, «no se puede hablar en femenino para designar a toda la humanidad» , estará con nosotras en que tampoco se puede hablar en masculino para designar a toda la humanidad. ¿O en masculino sí porque lo hacían los latinos, los árabes-¦ y demás señores de las culturas sucesivas que han ido construyendo nuestra lengua? ¿O en masculino sí porque desde el Adán católico ha sido el hombre el que da nombre y la mujer un complemento mejor mudo, ya que su palabra es tan inoportuna como su pretensión de utilizarla? ¿Y en qué ocasión ha visto o entendido, o en qué diccionario de Aido o de la ilustre Maria Moliner ha leído que se use el femenino para referirse a toda la humanidad? No parece muy correcto que para criticar a alguien ponga en su haber dichos o hechos inexactos con el fin de facilitar el ataque.

Nombrar también en femenino no es eliminar el masculino ni reducirlo a lo frívolo, devaluado o animal, como ha hecho el patriarcado con el femenino. Es simplemente adaptar el lenguaje a la realidad y mejorar la realidad en el camino hacia la igualdad que deseamos.

Al igual que en la historia, en la sociología y en la estadística se ha llegado a la conclusión de que se deben recoger y analizar los datos e información de la población o los hechos sujetos a estudio atendiendo a lo que corresponde a mujeres y hombres por separado -”porque de otra forma se oculta gran parte de la información y las conclusiones son erróneas y sesgadas-”, en las expresiones de la lengua común es necesario nombrar de forma igual y por separado.

Esperamos que gracias a la lucha feminista las diferencias biológico-reproductivas se disfruten como lo que son, sin que se extrapolen ni magnifiquen ni se exageren con artificios, como se viene haciendo en el «sistema de géneros». De esa forma los géneros gramaticales serán irrelevantes para la consideración de las personas, y los sexos de las personas no serán definitorios, ni necesitarán ser tenidos en cuenta a cada paso, más que cualquier otra diferencia individual. Pero a tanto bien no hemos llegado.

Esperamos que, en lugar de dedicar sus conocimientos y beligerancia a atacar cada paso que se da hacia la igualdad, las y los intelectuales o seudointelectuales que se revuelven como gato panza arriba ante cualquier intento del pueblo llano de usar la lengua, y cambiarla si lo considera preciso, utilicen su ingenio y sabiduría en buscar las mejores formas de hacer las pequeñas modificaciones en el español que lo convertirán en un reflejo de la igualdad que queremos sea tan real y palpable como legal.

Porque no se puede pensar bien si se habla mal, precisamente por eso, no se puede pensar en igualdad si se habla un lenguaje sexista -”machista-” por respeto a la herencia recibida, a sabiendas de cuán machistas han sido los orígenes del español, y a sabiendas también de cuánta misoginia han destilado los «poseedores del lenguaje» y las Academias de la Lengua. Por encima de las tradiciones, por encima de los intentos de conservar las cosas como están, está la evolución hacia un respeto universal de los derechos humanos y el reconocimiento de todas las personas por igual. Sin tan elevadas causas y fines, el español ha variado tanto que la señora Fanjul no se expresa ni en latín ni en el español de Cervantes. Y seguirá variando. El conflicto real es si admitimos o no el hecho de que sólo algunas personas tienen autoridad para proponer cambios.

Y como nota final dedicada con cariño: nos gusta sentirnos «miembras» de una asociación o colectivo. La palabra miembra no la inventó la señora ministra Aido, ya se decía y escribía antes de que ella la dijera en público y provocara un cataclismo. Y hay lingüistas que defienden el derecho a usarla y que aclaran que con ello no pretendemos robarle la acepción de miembro por excelencia, preeminente entre todos los miembros del cuerpo, que es una de las acepciones que el diccionario de la RAE dedica al pene. ¡No, qué va¡, lo de la envidia del pene del padrecito Freud ya pasó a la historia de lo desechable. No envidiamos nad a, exigimos igual respeto y trato que el que se debe a toda persona ni más ni menos. Y que no les quepa duda de que el español, o castellano, también es nuestro.

tracking