Diario de León

El castillo medieval y la economía contemporánea

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Tribuna | Juan Requejo Liberal

Consultor de planificación

Éstos que vivimos son días de grandes y cotidianas discusiones sobre la economía y la organización social. En este fragor es curioso darse cuenta de que alguno de los fenómenos más destacados toma formas que recuerdan a estructuras organizativas tan arcaicas como el castillo medieval.

En la historia económica y social, los intereses se agrupan entre sí y establecen relaciones de confrontación. Con la evolución reciente de la modernidad y la posmodernidad, la sociedad ha tendido a una mayor complejidad organizativa y a una dilución de sus perfiles. Sin embargo, un gran fenómeno está abriéndose camino entre la intrincada maraña de grupos y relaciones: la progresiva diferenciación de las personas adscritas laboralmente al ámbito público y las que están en el ámbito privado. La cantidad relativa de trabajadores que están en el ámbito público crece sin parar desde hace años. Crece con la prosperidad porque hay más recursos que se pueden aplicar a mayores coberturas de un mayor número de servicios, y crece en términos relativos durante la crisis porque el empleo público es menos elástico que el privado. En estos momentos, casi el 30% de la población ocupada está encuadrada en distintas entidades ligadas al sector público.

Ambos ámbitos laborales tienden a diferenciarse cada vez más entre sí, a medida que evoluciona la economía contemporánea. La eficacia de los trabajadores públicos depende básicamente de su motivación y de sus ganas de hacer cosas que les reconfortan o les proporcionan un reconocimiento social que valoran. Su rendimiento está poco conectado con las retribuciones y con su carrera profesional. En términos generales, son personas que tienen garantizada su renta y cuya aportación social va a depender de su propia convicción o compromiso. Hay miles de trabajadores en el ámbito público que tienen una actitud meritoria porque trabajan mucho y bien, sin que el sistema, e incluso la sociedad en general, les estimule y recompense por ello. Entretanto, otro gran contingente de trabajadores utiliza esta oportunidad que se le ofrece, contribuyendo en lo que le parece con aportaciones cicateras y con prácticas abusivas. Gran privilegio el de estos servidores del castillo de lo público.

El inmenso colectivo de los trabajadores del ámbito público ha ido acumulando derechos en horarios y días libres, en excedencias, en prestaciones sociales de diverso tipo y gozan de una mayor estabilidad que aquéllos que están fuera de las murallas. Los trabajadores que no están en el sector público son autónomos o se encuadran en empresas (entidades que, con frecuencia, son negativamente valoradas por los funcionarios) en un contexto de retribuciones mucho más amplio y dinámico. Algunos de ellos ganan más que los trabajadores públicos, la mayoría gana lo mismo o menos, pero las condiciones de exigencia de rendimientos y de vulnerabilidad son mucho peores en este ámbito que en el público.

Es muy frecuente encontrar referencias a la oposición y dialéctica experimentada entre el mundo de la economía productiva -”las empresas-” y el de la función social reguladora y prestadora de servicios colectivos -”la administración-”. En la economía contemporánea, los excedentes de la economía productiva deben dedicar cada vez más recursos al sostenimiento del creciente sector público. Los sucesivos ciclos vividos durante el siglo XX han alimentado mutaciones socioeconómicas en las que ha ganado peso el gasto público. No deja de ser llamativo que conviva ese crecimiento de lo público con la importancia social y política de los principios liberales del mercado autorregulado.

En toda la historia de la civilización europea se han registrado estos fenómenos dialécticos en los que el predominio de una fuerte presión de un factor social convive con otros fenómenos contradictorios de respuesta o de resistencia. En la Edad Media, los señoríos feudales basaban su existencia en una función social de protección ante el exterior y de autoridad de organización que requería de una acción coercitiva, en ocasiones violenta, para obtener los tributos que permitieran mantener el castillo y sus servidores. La contradicción fundamental era entre la clase noble y los trabajadores de la tierra (siervos de la gleba). Pero es evidente que entre los soldados y los servidores del castillo, por un lado, y los campesinos y jornaleros, por otro, se producían diferencias notables en derechos y condiciones de vida.

La crisis está agudizando las contradicciones entre los dos grandes grupos de trabajadores: sector público y sector privado.

Están también aflorando las posiciones más débiles del empleo en el sector público: contratos temporales en empresas públicas y fundaciones. Los políticos actuales, auténticos señores feudales del castillo de lo público, no tienen otra salida que incrementar los tributos para mantener el orden económico y social. El castillo tendrá que reforzar sus defensas y aumentar su capacidad coercitiva.

En fin, toda esta digresión no deja de ser una alegoría. Pero entiendo que se está produciendo una quiebra en la organización social, sin que sea descartable la aparición de un nuevo tipo de conflicto entre los que están dentro y los que están fuera del castillo. Entre los trabajadores protegidos por las murallas de los derechos del sector público y los trabajadores expuestos a las inseguridades de un mercado de trabajo incierto y competitivo que debe ser capaz de generar más excedentes. No es extraño que más de la mitad de los universitarios manifieste su interés en convertirse en funcionario.

Creo que para reducir esta grieta es preciso incorporar el sentido colectivo de la producción en el ámbito empresarial. Y aplicar las técnicas de gestión empresarial (derechos vinculados a esfuerzos y resultados) en la gestión de lo público.

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