Saramago imaginó Haití

Mar de fondo | carmen tapia

He visto imágenes horribles de Haití. La dureza de la descripción de los periodistas en el escenario del terremoto no deja ni un resquicio para la esperanza. Hay que poner mucho empeño emocional para descargar el dolor en la reconstrucción del futuro. Haití es el infierno. Muerte, destrucción y hambre, jinetes del Apocalipsis, se han dado cita a la vez en el pedazo de tierra más pobre del mundo. La desesperación y las situaciones límites hacen emerger la cara oscura de la naturaleza humana, esa que permanece anestesiada, domada, aunque al acecho, cuando las circunstancias sociales y ambientales la mantienen a raya. Esa cara oscura, captada en imágenes en los últimos días en Haití, sacan a la superficie los peores comportamientos, las tripas del instinto de supervivencia, fruto de la desesperación. Las imágenes nos han mostrado pilas de muertos, cadáveres arrastrados por los supervivientes para hacer barricadas con las que proteger lo poco que se mantiene en pie, saqueos, violencia, peticiones desesperadas de auxilio de los más débiles, atemorizados por sus propios vecinos que no dudan en utilizar los palos y la fuerza para proteger la miseria inalterada, que en la penalidad más absoluta, supone un plus para la vida. Yo ya había visto estas imágenes antes. Las imaginé mientras leía con mucho desasosiego el libro de José Saramago E nsayo sobre la ceguera . Allí está retratado Haití. Saramago imaginó un mundo oscuro, lleno de inmundicia, sin control ni gobierno, en el que los instintos de supervivencia y maldad dibujan los peores escenarios. El libro fue una lectura dolorosa, aunque necesaria. Tuve pesadillas desde el principio, lo confieso. Me alegré de pasar la última página, tras la que dediqué varios días al análisis. El terremoto de Haití ha demostrado que la realidad supera a la ficción pero, como en el libro de Saramago, espero que unos ojos con buena voluntad guíen cuanto antes a un pueblo ahora cegado por los escombros.