Diario de León
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Al margen | carlos carnicero

Hay días en que se expande la sensación de que no aprendemos nada de las lecciones de la historia. Estamos atravesando una de las más graves crisis financieras de los tiempos modernos. Existe un consenso indiscutible de que esta crisis no es de naturaleza política y que ha sido provocada por los ejecutivos de las grandes compañías financieras que por apurar los beneficios y sus nóminas y prebendas sofisticaron tanto los mecanismos no productivos que llevaron el sistema al borde del colapso. No han pagado por ello. Incomprensiblemente siguen en los puestos de mando de las grandes empresas que determinan el comportamiento político de la economía y han conseguido inmensas inyecciones de capital público para salvar a unos bancos que van a seguir controlando en su propio beneficio.

Ahora hay un dato que revela la naturaleza profunda de su alma de usureros: todavía hay empresas bancarias que cobran comisiones a sus clientes sobre las donaciones que están realizando para paliar la catástrofe de Haití. Su alma no tiene hueco para la piedad financiera ni en las circunstancias más extremas y con la misma frialdad que ejecutan la hipoteca de un parado cobran una parte de la ayuda para las víctimas del terremoto para no dejar menguar sus beneficios. Y en medio de estas catástrofes, la CEOE, cuyo presidente es un especialista en quiebras y despidos masivos y en no cumplir con sus contratos, dice que la ley de economía sostenible es innecesaria y que lo que hay que hacer es bajar los sueldos. No hay rebeldía: el consumo, las tarjetas de crédito, han anestesiado la capacidad de convertir la indignación ciudadana en vectores políticos. Pero debiera haber un punto de inflexión en donde el liderazgo tuviera que estar sostenido por el prestigio social y el ejemplo ético. Los millonarios siempre creen que la solución pasa porque los humildes sean más pobres.

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