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León

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El baile del ahorcado cristina fanjul

El peligro de fascismo no queda tan lejos. No hace falta pasar a Perpiñán para darse cuenta de que las cosas han cambiado -”también para España-” y de que los mensajes fáciles y directos al corazón de la estulticia están más cerca que nunca de alcanzar el poder. Podemos ir a Vic, por ejemplo, para contemplar cómo los partidos políticos han puesto sus barbas a remojar, aturdidos por el éxito de un populista que no sabe juntar dos palabras. Sus mensajes son tan elementales que en cualquier otro momento darían risa. Pero éste es un momento delicado. Cuatro millones de parados ayunan cada día en un país carcomido por la corrupción, seguimos con un código penal parido por el sentimiento de inferioridad de una transición que sigue sin ser superada, nuestra ley de extranjería es más propia de la ensoñación infantil que de la pragmática que debe guiar a un adulto y nos enfrentamos al terror islamista con cuentos sobre la arcadia de las tres culturas. Todo eso junto puede crear un crisol difícil de asimilar por una democracia tan joven como la nuestra. Y es que, como dice Gustavo Bueno, la realidad es demasiado compleja y requiere de un microscopio para diseccionarla. Hace algún tiempo leía un artículo acerca de la nueva clase fascista inglesa. Estaba compuesta por parados blancos, hijos de una clase media a la que el «sistema» había fallado y que había visto como eran adelantada por emigrantes de segunda generación. El odio que sienten por los políticos sólo es superado por el que experimentan hacia los negros, pakis, panchitos o moros que han logrado hacerse un hueco en la sociedad. Y así, están a punto de hacerse con un escaño en la asamblea londinense. El contagio en España es más que probable y ningún laboratorio ha descubierto la vacuna. La espiral sigue su curso y la nueva «basura blanca» es cada vez más numerosa y peligrosa. Tanto que hay ayuntamientos dispuestos a saltarse la ley.

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