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León

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A esgaya | emilio gancedo

Como amagan y amenazan con destapar el baúl de los recuerdos que perteneció no a la Piquer sino a una tal Pandora, y desentierran el fantasma del embalse de Omaña ya olvidado y archivado en esta tierra acribillada a balazos de agua estancada y tierras en adil, convendría recordar que vivimos en el siglo XXI y en Europa. Al menos en teoría. Lo apuntamos para que la gente se ubique, más que nada.

A nadie se le ocurre, en ningún otro país civilizado, emprenderla a piquetazo limpio con la vida -”la vida humana, animal y vegetal-” que lleva milenios anidando en estos valles. En destruir con impiedad no sólo lo físico, sino también lo sentimental, lo inmaterial, la memoria, los romances, las hablas propias, los nombres de las cosas, el ritmo de la vida. En el Imperio Chino no tienen problema alguno en emprender obras faraónicas, convertir el paisaje en un atareado y desorientado hormiguero humano y destruir y anegar una porrada de gargantas desplazando a millones de personas, aventándolas al aire como motas de polvo.

Pero no en Europa, no en el occidente democrático. ¿Y en León? ¿Formamos parte de ese mundo? La mano de plomo franquista, la que explicó las pantaneras de Luna y Vegamián -”buenos montañeses, tierra adelante-” no puede esgrimirse en la burrada de Riaño o en el recurrente espectro omañés. En el navarro Itoiz casi se monta una revolución armada por querer inundar un valle en el que vivía una sola familia. Pero aquí, adelante, tira líneas eléctricas, revienta el corazón de los montes a cielo abierto.

Micropantanos, balsas, uso racional del agua... suenan a flores exóticas en el mar de maizales que desgracia la tierra llana, donde se despilfarra el agua a espuertas. Dicen que, sin pantanos, los pueblos se amustiarían, como también se despuebla la montaña. Pero eso no significa desaparecer. Algún día pueden regresar. Y eso no lo puede decir el mi güelo .