Desastres y catástrofes
Tribuna | GONZALO FANJUL
INVESTIGADOR DE INTERMÓN OXFAM
Mientras en las calles de Puerto Príncipe las agencias humanitarias se desespe ran por distribuir la ayuda que se amontona en el aeropuerto, algunos responsables políticos han decidido pedalear en la dirección contraria. La ministra Elena Espinosa, por ejemplo, ha propuesto a sus colegas de la UE el envío a Haití de excedentes alimentarios europeos. No es difícil imaginar el entusiasmo que habrá levantado esta propuesta entre los poderosos lobbies agrarios de Bruselas, pero es muy posible que los campesinos pobres del Caribe se muestren algo más fríos.
Haití es un buen ejemplo del efecto devastador que las exportaciones subsidiadas de Europa y Estados Unidos han tenido sobre la producción de alimentos en algunos de los países más pobres del planeta. Hace sólo veinte años los campesinos haitianos eran capaces de producir todo el arroz que consumía la población nacional a un precio razonable. A mediados de los noventa, y en medio de una crisis provocada por su deuda externa, el Gobierno del presidente Aristide recurrió a la ayuda del FMI y del Banco Mundial, que exigieron como rescate una liberalización exprés de su economía. En pocos meses, los aranceles a la importación se desplomaron del 50% al 3%, lo que abrió la puerta a una avalancha de arroz subsidiado procedente de Estados Unidos, que en ocasiones fue introducido en forma de ayuda alimentaria.
La producción nacional tardó poco tiempo en hundirse, dejando al país a merced del mercado exterior y de los vaivenes del precio mundial de los alimentos. Hoy Haití comparte con Eritrea, Liberia y Níger, entre otros, la categoría de -˜país pobre sin combustible ni alimentos-™, un club al que usted no querría pertenecer. El uso de la ayuda alimentaria como sumidero de los excedentes comerciales ha sido denunciado de manera sistemática por las instituciones internacionales que luchan contra el hambre.
Paradójicamente, es la propia UE la que ha hecho de este asunto una punta de lanza contra Estados Unidos en el circo sin público en el que se han convertido las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio. De hecho, la eliminación de este tipo de ayudas a la exportación constituye una de las pocas concesiones de los países ricos en una estrategia orientada a mantener intacto su proteccionismo agrario.
La propuesta de Elena Espinosa ignora una de las lecciones fundamentales de esta crisis: los fenómenos naturales pueden ser más o menos virulentos, pero es la precariedad de las familias y las instituciones la que establece la diferencia entre un desastre natural y una catástrofe humanitaria. En el caso de Haití, la extrema vulnerabilidad del país es el resultado de varias décadas de políticas fallidas, en las que la injerencia de las instituciones financieras internacionales y la hipocresía de los países ricos merecen figurar en letras de molde.
Si se trata realmente de «mostrar la solidaridad española», la ministra podría empezar por salir de la máquina del tiempo y trabajar por una reforma justa e inteligente de los mercados agrarios internacionales, donde sí tiene alguna competencia. Las declaraciones altisonantes del presidente Zapatero y de otros líderes europeos durante la cumbre alimentaria de Madrid, hace poco más un año, han dejado paso al mismo rosario de compromisos incumplidos al que nos tienen acostumbrados. Aún esperamos medidas eficaces para reducir la volatilidad del precio de los alimentos, recursos tangibles para adaptar la producción del mundo en desarrollo al cambio climático o la reforma de las ayudas que permiten a Europa y Estados Unidos controlar buena parte del mercado agrario mundial. Cualquiera de estos asuntos estará entre las prioridades de la economía haitiana durante el período de reconstrucción que ahora comienza.
Mientras tanto, los responsables de las agencias de desarrollo deben trabajar con las autoridades del país para evaluar adecuadamente las necesidades de Haití y sentar las bases de un futuro digno. En la conferencia de donantes de Montreal, Oxfam Internacional ha destacado tres prioridades concretas: en primer lugar, debe garantizarse la coordinación efectiva de todos los donantes bajo el mandato de Naciones Unidas y del Gobierno de Haití, y eso incluye al Ejército estadounidense. Cuando sólo han pasado unos pocos días tras la tragedia, el riesgo de que cada gobierno corra en una dirección diferente es cada vez más alto, reduciendo la eficacia de la ayuda y multiplicando la frustración de miles de haitianos que pagan directamente las consecuencias.
En segundo lugar, urge evaluar el impacto de esta crisis en el abastecimiento nacional de alimentos, estableciendo planes de inversión que garanticen la seguridad alimentaria de los haitianos en el futuro. Es posible que los productores nacionales no estén todavía en condiciones de cubrir la demanda de la población, pero no hay duda de que otros países cercanos -”como la República Dominicana-” podrían hacerlo, de modo que la atención a Haití se convierta en una palanca de desarrollo para una región que lo necesitará más que nunca.
Finalmente, Oxfam ha pedido a la comunidad internacional que condone de forma inmediata la deuda externa de Haití, que alcanza los 740 millones de euros. En un país devastado por la tragedia, en el que escasean los recursos sanitarios, educativos y alimentarios más básicos, la perspectiva de que la población haitiana financie las cuentas públicas de las economías más ricas del planeta resulta sencillamente obscena.