Vino en catas
En blanco | javier tomé
El año apenas recién iniciado y ya contamos con una heroína de tanto fuste como Iris Robinson, la casquivana esposa del ministro principal del Ulster. Hay que tener buen temple para seguir la trayectoria de esta mujer con reputación de pan bendito, pero que en un pispas hizo añicos la teoría del ser y el parecer. Siempre atenta a los viejos valores vikingos, la primera dama fustigaba con certeza evangélica la homosexualidad, ya que la considera u na abominación, al tiempo que criticaba a Hillary Clinton por perdonar las infidelidades de su cónyuge, ese pícaro Bill que utilizaba su despacho en la Casa Blanca para atentar contra las normas más básicas del decoro. Así se forjó doña Iris una fama de Señora Melindres, hasta que la sinrazón de la pasión amorosa puso al descubierto que se trata de una lagarta manipuladora a la que el destino le ha pasado cuentas. Porque con lo bien que hubiera estado en casa haciendo punto de cruz, tan destacada mujer empezó a leer poseía romántica y así ha acabado tan feo y escandaloso asunto.
Una paisana vieja pero con dinero puede ser el mejor de los afrodisíacos. Bajo esta premisa básica, y en vista de que a la señora Robinson se le está pasando el tueste, el jovencito Kirk McCambley, un maromo frescales y vivales, le lleva picando el billete desde hace tiempo, indiferente a los cuarenta años que separan a Romeo de Julieta. Más caliente que un pollo al horno, doña Iris gastaba dinero con su novio igual que un marinero borracho, pastoncio que salía además de las arcas públicas. Y no queda ahí la cosa, pues al parecer semejante Alfredo Landa de Belfast no es más que otro en su cargada lista de amantes, que incluye igualmente a un policía y miembro -dicho sea sin segundas intenciones- prominente del partido de su esposo, el atribulado y cornamentado Peter Norton. ¡Pobre doña Iris, ella pidiendo guerra y se le ha ido el vino en catas!