Diario de León
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Mar de fondo | carmen tapia

Si sale adelante la medida del Gobierno me tocará jubilarme a los 67 años. Eso si llego. No porque no tenga intención de engrosar las estadísticas de la pirámide poblacional de la mitad de los habitantes que tendrán más de 64 años para el año 2049, sino porque las políticas de competitividad feroz en algunos sectores, sobre todo en las empresas privadas, dejarán fuerza de combate a los trabajadores y trabajadoras que pasen del ecuador profesional. No es catastrofismo, son datos reales de las empresas de telecomunicaciones, por ejemplo, en la que los directivos y los trabajadores no superan de media los cincuenta años, a fuerza de prejubilaciones y despidos. Un experto en demografía explicaba el otro día en televisión que una sociedad envejecida es una sociedad dependiente, por el aumento de las enfermedades, pero añadía algo que me llamó la atención: además, es una sociedad que carece de iniciativas, de impulso para el cambio. La competencia profesional mejora las habilidades laborales y la gente joven bien preparada aporta aire fresco a las empresas, que deberían nutrirse de la experiencia y las nuevas aportaciones. Difícil tarea. La vicepresidenta económica, Elena Salgado, aclara que el retraso de la edad de jubilación está más justificado en algunos sectores laborales. Un catedrático de literatura, por ejemplo, puede estar a los 67 años en perfectas condiciones físicas y mentales para el desempeño de sus funciones -”aunque alguno se quede a la altura del betún con la exposición de sus argumentos cuando escribe sobre el lenguaje no sexista-”, pero en las profesiones que necesitan fuerza física, el retraso de la edad de jubilación traerá como consecuencia más despidos o baja productividad. «El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre contento», dijo Victor Pauchet. Complicada decisión la del Gobierno, que necesita tomar medidas urgentes para el mantenimiento de las pensiones. ¡A ver si llego!

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