Optimista sin goteras
Al trasluz | eduardo aguirre
El optimismo es luchar, proclamó Leopoldo Abadía, ese economista a quien la mayoría de los españoles hemos descubierto con la crisis. Impartió el miércoles una exitosa conferencia organizada por Caja España y la Fundación MonteLeón. Fue el primero en explicarnos con claridad la crisis, y lo hizo evitando el chino, bella lengua que se nos resiste, aunque sí nos habló de los ninjas de Illinois, sin ingresos, sin trabajo y sin activos, cuyas estrambóticas hipotecas repercuten en nosotros.
Pero Abadía es mucho más que un hombre ingenioso, pues que yo sepa no existe el gracejo zaragozano. Su humor es una manifestación de su gran inteligencia y de sus valores cristianos, por ello la ironía nunca le desciende al sarcasmo, ni a la negación de la esperanza. Afirma en su ya famoso ensayo sobre la crisis: «El optimismo consiste en sacar el mejor partido de cualquier situación concreta (-¦) cuando las cosas van bien y cuando van menos bien (-¦) y luchar no es lo mismo que no asumir la realidad». En efecto, un optimismo activo, no paralizante, pero realista. «La cosa está fina», reconoció en su charla, «pero es el momento de buscar soluciones, inventar cosas y dormir un poco menos que antes». En lo que respecta a lo primero y a lo segundo se está en ello, pero eso de dormir menos puede darlo por hecho, pues cada vez hay menos ovejas que contar. Pero, sí, el optimismo es la fuerza vivificadora, de la economía y de la vida. ¿Y qué sucede cuando tiene goteras?, se preguntarán muchos, sin ánimo de incordiar. Entonces, intuimos, debe llamarse a un fontanero. ¿Y si no tenemos dinero para pagarle que nos desatasque el optimismo? Llegados a ese punto, no hay más tu tía que pedirle a don Leopoldo que nos preste unos eurillos. A ser posible, sin interés.