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León

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Al día | luis del val

Todo partido político-organización, con independencia de su ideología, pone en marcha dos tipos de fuerzas, la fuerza centrífuga y la fuerza centrípeta, que conforman y modelan la composición de sus mandos. A través de la fuerza centrífuga el partido repele la acción de todos aquellos militantes que, con indepe ndencia de su cociente intelectual, dudan, cuestionan o, simplemente, piensan por su cuenta. Esta fuerza centrífuga no es violenta, pero es constante y opera de una manera tan persistente que, llegado un momento y sin que nadie le despache, el militante se queda fuera, pongamos que escribo de Manuel Pizarro.

Pero como ya saben los físicos, todo espacio vacío es muy pronto ocupado y por eso funciona la fuerza centrípeta, que atrae a numerosos mediocres que circulan alrededor de los partidos. De esa manera, por una persona inteligente que se va aparecen media docena de mediocres obedientes, que son con los que se sienten a gusto los partidos. Poco a poco, merced al instinto y al olfato, perviven en el aparato los que nunca se significan, los disciplinados, los que jamás dudan, y los que pueden cambiar de criterio, incluso tres veces en el mismo día, si el mando ha decidido variarlo.

La marcha de Manuel Pizarro ha sido observada con esa soberbia displicente que envuelve el miedo de los integrantes del aparato y sus aspirantes más próximos. No pudo con él Montilla, cuando Montilla era ministro y se creyó que trataba con un contratista de obras de cuando él era alcalde. Y no ha podido domeñarlo el partido político-organización, aunque haya sufrido la fuerza centrífuga. Sé que seré criticado por comparar a los partidos con ETA, pero en el PP y el PSOE está sucediendo lo mismo que en la organización terrorista: poco a poco se van marchando los más inteligentes, mientras los mediocres incruentos y los letales se apretujan para sustituir a los que se van.