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León

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Historias del reino margarita torres

Desde su modestia callada, humilde, noble, la Colegiata de San Isidoro ha resistido el paso de los siglos y de los hombres. Centro de la espiritualidad leonesa, al igual que la regia catedral, crisol de monarquía y pueblo, de d evoción y esperanza, soportó la historia de la ciudad, la del reino, la de la corona, la de España. Padeció sus veleidades absurdas, curó de las heridas causadas por desafuero o malquerencia. Como cuando un Quiñones entró a caballo para apoderarse del panteón real con la excusa de que allí reposaban sus ancestros, o los dichanacheros galos de Napoleón se calentaron con los retablos de la basílica.

Firme resistió San Isidoro las iras de los franceses, dechados de cultura y «savoir faire», allá por los años de la Guerra de la Independencia cuando, tan majos ellos, usaron las tumbas de nuestros soberanos para alimentar sus monturas y el panteón para alojarlas. Siempre nos han querido mucho. Ni un ápice de dignidad cercenó su pasado entonces, tampoco la por tantas razones denostada Desamortización, que convirtió a los ricos en más ricos, a los pobres en más pobres y nos privó de un patrimonio único en el mundo en pro de unos supuestos derechos, que sólo prevalecieron en concretos nombres y apellidos vinculados al poder por parentesco o fortuna. También superó esta crisis. Hasta salió vencedora e incólume de las reformas militares que convirtieron su enclave en baluarte protegido durante las diversas carlistadas y otras bobadas, semejantes a muchas otras pendencias civiles que han servido de excusa a los españoles para solucionar a bastonazos, cuchilladas o tiro en la nuca nuestras querellas. Ya lo recogía el medieval Alfonso VI de León en uno de sus más celebrados diplomas: que entre judíos y cristianos se solvente algún que otro juicio, si es costumbre, a bastonazos; ya lo pintó con su maestro pincel Goya, colocando sendas cachiporras a dos españolitos de su época. Pues incluso tales nefastos eventos, y algún que otro tira y afloja posterior, sólo han servido para templar mejor su acero, su carácter. Afirma don Francisco Rodríguez, su actual abad, que San Isidoro nos protege. Yo le creo, lleva más de nueve siglos demostrándolo, y mira que los leoneses le damos motivos para que coja las maletas y regrese a la hermosa ciudad del Guadalquivir, Sevilla, que un día abandonó por las ásperas tierras, en todos los sentidos de la palabra, de León.

Tenemos joyas de valor incalculable, que sólo reconocemos y dignificamos cuando llega otro y nos lo cuchichea al oído. Desde 1188 sabíamos todos que en el claustro de la colegiata un rey joven buscó el apoyo de su pueblo para gobernar, que le dio voz a quien se desgañitaban a gritos después de soportar una bota feudal que duraría, pese a todo, en parte hasta el siglo XX. Pero allí y entonces, en San Isidoro, en tiempos de Alfonso IX, se plantó la primera semilla del parlamentarismo. Un buen foco de atracción, si se potencia. Ahora llega la medalla, el reconocimiento de las Cortes de Castilla y León por unanimi dad, una feliz iniciativa. Ojalá dentro de dos, cinco, veinte años, cien, sigamos apostando por León. San Isidoro, ténganlo por seguro, sí lo verá. Felicidades.