Diario de León
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Con viento fresco josé a. balboa de paz

Me cuenta un amigo la actitud de un conocido con el que charla amigablemente de fútbol y política. Reconoce su contertulio que la situación del país es gravísima y que Rodríguez Zapatero no sólo es incapaz de solucionarla sino que la agravará aún más con su inoperancia; pero, qué quieres, dice desarmado, no puedo votar al PP, soy socialista y, si hubiere elecciones, volvería a votar al PSOE. Esa lealtad desespera a mi amigo, pues no la entiende cuando va contra sus propios intereses. Tal actitud recuerda el famoso dicho de Gladstone, el político liberal británico del siglo XIX, que afirmaba: «me han convencido en muchos discursos, pero jamás he votado contra mi partido, porque soy un caballero y no un villano». Se podría pensar que entonces las ideologías políticas eran más firmes y que Gladstone era un jefe de partido, varias veces primer ministro, y que quizá por ello tenía mucho interés en mantenerse fiel al mismo, le era rentable; pero hoy tanta lealtad es realmente suicida.

Eso es lo que está ocurriendo. La crisis económica deja un lamento de cuatro millones y medio de parados, muchos sin la menor cobertura social, el déficit público alcanza cotas superiores al 11 por cien, la Bolsa cae en picado por una desconfianza generalizada o por ataques interesados y, lo que es peor, el dinero huye mientras el Estado no encuentra quien se lo preste. El gobierno, que debería afrontar reformas profundas, no se atreve más que a pequeños parches, que suponen un sacrificio para los más desprotegidos, como los pensionistas que ven reducida incluso su pequeña pensión. Nada de ahorrar limitando el gasto de las autonomías, el despilfarro de miles de cargos públicos que este gobierno, las autonomías y ayuntamientos han creado de manera partidaria y fraudulenta. Sin embargo, con todo lo que está cayendo, la última encuesta del CIS, en la que todos los políticos suspenden, solo da una ventaja de 3,8 puntos al PP sobre el PSOE. Con esta diferencia es difícil que unas nuevas elecciones cambien el panorama parlamentario.

Esta situación me suscita dos reflexiones. La primera la excepcionalidad de España en el ámbito político europeo. No votamos por razones pragmáticas sino por enfrentamientos ideológicos, en el peor sentido de este último término. Creo que en este sentido, Rodríguez Zapatero ha logrado el fin que se propuso: dividir al país y resucitar las dos Españas de las que habló Machado, aunque sean materialmente inexistentes. Las victorias de Aznar, incompresibles para la mentalidad socialista, como ya ocurriera con las elecciones de 1933, provocaron tal pánico en el PSOE que Rodríguez Zapatero extremó un discurso de satanización del adversario, recuperando la guerra civil, el franquismo -”identificando al PP con él-” y otras fobias. Utilizó de forma partidista y maniquea la ley de Memoria Histórica, el laicismo, el revisionismo histórico, la prensa, las series de televisión y las reformas de los estatutos de autonomía. Las encuestas de estos últimos años reflejan cómo ha ido aumentando la separación entre los españoles por razones puramente ideológicas.

La segunda es todavía más grave. Es evidente la necesidad de un cambio de gobierno, pues éste ha demostrado vivir en el más completo desconcierto, la mentira y la indecisión. Todo el mundo sabe cuáles son las medidas que habría que tomar, especialmente las referidas a la reforma laboral y la contención del gasto público. Pero Zapatero es incapaz de enfrentarse a los sindicatos (sólo es fuerte con los pequeños, por ejemplo con los controladores aéreos), y el gasto público está directamente relacionado con el problema autonómico aunque en esto los socialistas son aún mas rehenes de los nacionalistas sin los cuales no pueden gobernar. El PP, según las encuestas, ganaría las elecciones pero tampoco podría gobernar sólo, con lo que la situación es dramática. Dos años más con un gobierno noqueado pueden ser desastrosos, pero mientras no se rompan esas falsas lealtades el país caminará por la senda del suicidio, y no hay quien lo pare.

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