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León

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La aspillera | vicente pueyo

La carretera, con todos sus perfeccionamientos, es lo arcaico, la renovación con variantes insignificantes de la prehis toria; pero el ferrocarril no se les había ocurrido ni siquiera a los romanos» (Agustín García Calvo). Muchas voces se han levantado en estos últimos tiempos advirtiendo de lo equivocado del rumbo pero esas voces parecían perderse en el infinito, como se pierden en el horizonte los raíles al atravesar una planicie. La carretera, ahijada del petróleo... y del capital, se ha desarrollado de una forma infinitamente más rápida que el tren o, mejor, a costa de él. La apuesta ciega, inequívoca, por el alquitrán y el asfalto, con el impulso de las grandes autovías en la etapa más reciente, ha ido transformando de una manera radical nuestra geografía y a todos se nos ha puesto cara de nuevos ricos circulando a toda mecha por esos ejes de la modernidad. Y es innegable que esas vías han propiciado el desarrollo de empresas y polos industriales. No se trata pues, de regresar al medievo, sino de subrayar el contrapunto: todo ese desarrollo se ha hecho de forma desacompasada, lastrando el desarrollo del ferrocarril, que, a pesar de que hace nada resucitó con la fiebre del AVE, sigue siendo el hermano pobre de las estructuras viarias.

Que las cámaras de comercio de Andalucía, Castilla y León, Extremadura y Asturias exijan, como lo hicieron ayer de nuevo, la puesta en marcha, la reapertura en realidad, de la conexión ferroviaria entre Gijón y Algeciras, revela que algo no se ha hecho bien. Y no se ha hecho bien porque este enlace, que encierra tanta historia, nunca debiera haberse cerrado sino que tenía que haberse colocado a la cabeza de las prioridades. Y conviene re cordar que la línea que ahora se reivindica (la que en su día se conocía como la Palazuelo-Astorga, hermana de la vieja Vía de la Plata) se cerró en 1985 siendo presidente del Go bierno Felipe González y ministro de Transportes Enrique Barón a quien le cabe el dudoso honor de haber clausurado durante su mandato algo más de 900 kilómetros de líneas férreas. Seguro que era eso lo que pedía el escrupuloso ejercicio de la rentabilidad y lo que necesitaba el capital (y el poder que va a su vera) pero seguro también que no era lo más juicioso ni lo que unos gobernantes con más valentía y visión de futuro hubiesen hecho.

El informe que manejan las cámaras no hace sino subrayar lo que grita el sentido común: que este corredor puede y debe jugar una función estratégica para el desarrollo de ese «oeste» irredento y como descongestionador de otras rutas. Baste un dato: el corredor ferroviario del que hablamos podría captar un tráfico superior a 15 millones de toneladas de mercancías lo que equivale a 625.000 camiones. Ahora que tanto se habla de sostenibilidad y de reducir esa locura de emisiones de CO2, este tipo de actuaciones aparecen cargadas de razón. Y, lógicamente, este enlace activaría también el tráfico de viajeros y el turismo (otro ejemplo: hoy de Salamanca a Zamora se necesitan dos horas si se quiere ir en tren; con este corredor se tardaría 40 minutos circul ando sólo a 150 km/h.). El PEIT está de reb ajas, lo ha dejado bien claro Blanco, pero hay cosas que no admiten más espera. Ésta es una de ellas. Pura justicia.