Diario de León
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A esgaya | emilio gancedo

La cara que se les pone a los nuestros mandatarios (o sea, al president of the autonomous community, a la conselour of Culture and Tourism, etc.) cuando han tenido que decir algo o presentar oficialmente los actos del 1.100 aniversario del Reino de León es de auténtica antología, un pequeño acto de justicia poética que no repara nada pero que demuestra, al buen observador, cómo la realidad siempre se impone aunque aparezca tan sólo durante un instante en el brillo apagado de unos ojos o en el agachar del rostro y la cerviz.

Hay algo ciertamente vergonzoso e indecente en esas apariciones públicas. La misma institución que durante 25 años no ha tenido el más mínimo gesto, el más imperceptible guiño, hacia la realidad, digamos actual (cultura, etnografía), digamos pasada (Historia) de una tierra concreta, hacia la hilazón que une a tres provincias concretas, no puede presentarse ahora como garante de nada que afecte a esa dimensión regional de lo leonés, y menos aún de la conmemoración que podría sacar del olvido a esa misma realidad. No tienen, no pueden tener, valor moral para subirse a esos estrados. El gobierno autonómico ha quedado descalificado del todo (más todavía a partir de ahora) en este sentido; puesto que, pudiendo haber hecho algo antes, no lo hicieron, y ahora que también pueden, tampoco.

Hubo ideas, soluciones mixtas, proyectos... una mancomunidad de provincias dentro de la actual autonomía; un instituto que, al menos, diese respaldo y protección al gran poso cultural del territorio... pero ya sabemos: nada de nada. Tierra y olvido. Las palabras «Reino de León» y su contenido han sido blasfemia y anatema total para la Junta durante este tiempo, aun en sus vertientes más asépticas.

No nos avergüencen más, señores, con su envenenado programa de plexiglás. Levántense de esas sillas y dejen de hacer el espantajo.

Aún nos queda memoria y dignidad.

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