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León

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El rincón | manuel alcántara

No fue bien acogido, después de esperarlo tan la rgo tiempo. El euro sólo repercutió favorablemente en los aparcacoches, no en los que aparcaban pesetas, ya que para ellos una moneda de cien, popularmente conocida como rubia, se convirtió en ciento sesenta. También los que redondearon precios encontraron su particular cuadratura del círculo. En resumen: fue una estafa, aunque compensada por su universalidad. Nos pusimos muy contentos al enterarnos de que el euro valía más que el dólar, sin hacer bien las cuentas de los que teníamos disponibles. Ahora, los inversores, que no saben estarse quietos, han lanzado el mayor ataque contra la moneda única y las «apuestas bajísticas» alcanzan en Chicago su plusmarca. El presidente Zapatero está convencido de que se trata de un «ataque de los especuladores», y quizá lleve razón, aunque siempre está convencido de muchas cosas más o menos verosímiles y su creciente problema sea convencer a los demás.

El dinero tiene vocación de nómada, aunque en determinadas épocas se haga sedentario. Todos estaríamos dispuestos a dar la cantidad que nos pidieran con tal de tener el doble, como decía Coll, al que jamás le hicieron semejante oferta. En mi larga y ancha vida han pasado, si bien en escasa proporción, muchas monedas por el delgado túnel de mis bolsillos. Hay que tener muchos pantalones para haber albergado en ellos perras chicas de venenoso cobre manoseado, perras gordas para jugar a clavarlas en las cañas de azúcar o para ponerlas en la vía del tranvía para que adquirieran un inútil tamaño mayor, o cuproníquel con un agujero en el centro, para que nos fuéramos haciendo a la idea de por dónde se va el dinero. El euro debe resistir. Ya está bien de amistades ocasionales.

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