Diario de León
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La veleta | cayetano gonzález

L a presidenta del Parlamento Vasco, Arantza Quiroga, ha pedido una «educación para la paz», considerando imprescindible en esa tarea involucrar a las familias, porque, según su opinión, es en ellas «donde se aprenden los valores éticos». Quiroga tiene mucha razón en lo que dice y es aplicable a cualquier sociedad que sufre la lacra del terrorismo. Pero pensando en clave interna, es decir en el terrorismo de ETA, con mayor razón porque la sociedad vasca ha vivido durante muchos años como si este problema no fuera con ellos. Una reciente encuesta del Defensor del Pueblo en el País Vasco ponía de relieve unos datos sencillamente escalofriantes: el 18% de los jóvenes encuestados admitían que en sus familias se sostiene «que hay motivos para que ETA actúe». Un 20% ven mal que se mate a personas pero consideran necesaria la mal llamada «violencia callejera». Además, frente al 15% que rechaza los asesinatos, hay un 11 que no ve mal el empleo de la violencia. Sencillamente un panorama desolador sobre la juventud vasca.

¿Qué pasa por la cabeza de un o una joven que en el año 2010 sigue justificando el asesinato, el tiro en la nuca, el coche-bomba, como forma de defender unas supuestas ideas políticas? ¿Qué ambiente han vivido en su infancia, en su entorno familiar para que pueda cristalizar en su cerebro tamaño despropósito? ¿Qué responsabilidad tienen los padres de esa criaturita en todo ese fiasco? ¿Qué se les ha enseñado en la escuela, en el instituto, en la ikastola? Es evidente que la respuesta inmediata a todas estas preguntas pasan por considerar que ha habido una ausencia total de educación en valores tan elementales y fundamentales como el respeto a la vida, a la libertad, al derecho a pensar de manera diferente sin que eso signifique por estás poniendo en riesgo tu vida. Y en ese déficit de educación, está claro que la primera responsabilidad es del entorno familiar, de los padres, que nunca pueden ser sustituidos por lo que se aprende o deja de aprender en las aulas.

Decía que no fue la única reflexión de calado realizada por Arantza Quiroga en la clausura en Salamanca del 6º Congreso Internacional sobre Víctimas del Terrorismo. Tuvo también la honestidad y la honradez intelectual y moral de pedir perdón a las víctimas del terrorismo por las ocasiones en que los políticos «no han estado a la altura de las circunstancias» frente a las víctimas que tienen «una generosidad infinita». Sin ir mas lejos, apostillaría yo, esto es lo que ha pasado en el propio Congreso -”donde había más de 400 víctimas del terrorismo de once países diferentes-” con la ausencia del presidente Zapatero, que ni siquiera se dignó contestar a la invitación cursada hace meses por los organizadores.

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