Diario de León
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De siete en siete | rafael monje

Dependemos de un instante, de una decisión efímera y, en cambio, ambas nos pueden cambiar la vida por mucho tiempo. ¿Estamos en el lugar preciso que pensábamos? ¿Hacemos verdaderamente lo que queremos hacer? No sé qué opinarán ustedes, pero a mí me parece que la vida está cosida a base de esos pequeños, casi ínfimos, instantes que son a la postre los que nos conducen por las sendas más variopintas y desconocidas. Para qué renunciar a nuestros anhelos, que quizá permanezcan a la espera de la fuerza de un instante con su improvisación y determinación. Una decisión a priori insignificante es la que, en cambio, puede marcar nuestro futuro inmediato. Por eso debemos estar atentos a esos momentos tan fugaces como la propia felicidad, porque dependemos realmente de ellos.

Hay instantes cuantificables: Un voto, sólo uno, separó a Jesús Quijano del Rectorado de la Universidad de Valladolid y le llevó a su actual escaño en el Congreso de los Diputados, el mismo que aupó a Evaristo Abril a su mandato universitario. A veces, aparecen envueltos bajo el aura de la responsabilidad y la lealtad ante los amigos: El presidente de la Junta, que iba para notario, acaba en la actividad política. «Yo no me metí en política, me metieron», ha dicho Herrera en alguna ocasión. Y los hay ciertamente macabros y abyectos: cualquier víctima del terrorismo, a quien le siegan la vida y su inocencia de un segundo a otro sin saber por qué.

La fuerza de un instante, de una decisión meditada o involuntaria, es la que nos cambia el raíl por el que transitaba hasta entonces nuestra propia vida y, de repente, nos vemos en otro camino distinto al que pensábamos. Somos la suma de esos instantes que van moldeando nuestra existencia y a la que rara vez podemos escapar por mucho que pretendamos manipular. Estamos presos de ese destino forjado de instantes que no preveíamos ni creíamos, pero no por ello tenemos que desistir de nuestros sueños. Quizá la infelicidad sea nuestra incapacidad para asumir una realidad que ni siquiera imaginábamos, pero mucho peor será la indiferencia para tratar de cambiarla en el futuro. Somos, en definitiva, una combinación de nuestros anhelos y de esa suma de instantes que han marcado para bien o para mal la dirección de nuestro camino. Por todo ello, creo que, efectivamente, dependemos de la fuerza de un instante, de una decisión efímera, pero más de nuestra voluntad y arrojo personal. Dicho de otra manera, el pulso que echamos cada día a la adversidad no lo vamos a ganar desde la melancolía o desde la revisión de lo que somos y pudimos ser, sino de lo que queremos ser hoy y mañana. No de l os instantes pasados, sino de los que aún están por venir.

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