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León

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Historias del reino Margarita torres

El tema me exacerba, revuelve mis peores instintos. Ayer por la mañana, la Junta autoriza una batida para acabar con once perros salvajes, que rondan las inmediaciones del polígono industrial del Bierzo Alto. Parece que han atacado en grupo a ciertas personas, aunque nunca se han producido lesiones, también que se arrojan sobre los coches, cual David frente al Goliath de hierro que un día les abandonó o arrojó al asfalto a ellos o a sus padres, a los que antes esa canallería compró «porque eran muy monos» allá por una Navidad de éstas. Hasta que crecieron, mirando a los ojos de quienes, por decisión propia, se habían convertido en sus padres y hermanos adoptivos, pero que a ellos los condenarán al desamparo de la sinrazón. Nuestro género inhumano no duda en reventar a golpes a una mujer por llevar la contraria al mandril de su compañero, cambiamos de cadena o pasamos con rapidez las páginas de un periódico en el que se nos muestran niños al borde de la inanición, mujeres lapidadas por la barbarie más medieval, pequeñas condenadas a un prostíbulo para que un grupo de castrati turistas pueda encontrar estímulo a su minusvalía genital.

No cuidamos de nuestro futuro, no respetamos nuestro presente y arrojamos al pudridero a quienes forman nuestro pasado. Dicho de otra manera: prescindimos de los niños, condenados en el mejor de los casos al videojuego y la tele porque esta sociedad de mierda impide a los padres un minuto de libertad no controlada; descargamos con la persona que dijimos amar el malestar contra el mundo y nuestra insatisfacción; olvidamos a quienes un día nos quitaron los mocos y cuidaron con amor nuestras heridas. Mientras, aceptamos ganar sueldos de miseria a cambio de sobrevivir en un paraíso de libertad que se resquebraja a pedazos, si no han caído ya sus cimientos, abotargadas las mentes ensalzando colores que ni son los nuestros ni nunca lo han sido, y elevamos a los altares a dignísimas damas de la High Society de burdel, cocaína, programa de sobremesa y festejo.

Toda sociedad tiene sus símbolos de poder y prestigio. Los animales también forman parte de ese juego. Regalo de Navidad de peso para que mis niños se sientan importantes en el cole, para que Mari o Pepe admiren con envidia la pose que tengo mientras paseo al chucho, cuyas cacas recogerán los de limpieza, que para eso les pago, hombre. Y cuando allá por febrero o marzo crece el bicho, el niño se canse, Mari y Pepe ya ni miren, el animal cuyo cariño es sincero acabará en la cuneta. Un par de años más tarde, habrá que abatirlo a tiros, porque ladra a los bípedos que se asemejan a los que le condenaron a muerte, se tira sobre los coches que le recuerdan el que le abandonó con la excusa de «luego vuelvo», merodea por un polígono a la caza de un poco de comida. Me dicen que antes de ceder al gatillo, la Diputación intentó cazarlos vivos, decisión que aplaudo desde aquí. Por lo menos lo intentaron. Las leyes del karma auguras que todo el mal que hagas revertirá a ti y habrás de pagar por ello. La justicia divina coloca a cada uno en su lugar, porque para perros, los de dos patas. ¿O es que conocen otra especie que envíe a los que ama a la muerte?

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