Barrunto de primavera

Burro amenazado pancho purro y

Sigue el invierno con los esquiadores disfrutando por Leitariegos y San Isidro y la televisión ofrece imágenes de coches tapados por el nevazo desde Estados Unidos a Alemania. Pero la naturaleza barrunta la proximidad de la primavera. Entre estos síntomas, los de la vegetación: las yemas verdes del saúco, los amentos amarillos de alisos y avellanos y, en el llano cultivado, la floración del paniquesito, la pequeña planta ruderal que asoma cuando las pelonas han dejado al campo de tiritona. Cuando el paniquesito florece, la oveja de hambre perece , comenta el pastor al observar el poco pasto que surte la rastrojera.

A la orilla del río, revolean mosquitillas y las primeras efímeras, con ceba de truchillas a mediodía. En las mangas, algunas ranas verdes ya han abandonado el letargo, y, en las tapias, se aprecian las carreras de las lagartijas roqueras cuando el sol calienta las piedras. Es entre las aves donde más apreciamos el tempero de tránsito a mejor climatología. Al amanecer, silban los mirlos su canto melodioso en parques y jardines, y, entre las coníferas, canturrean su arrullo de cuco las tórtolas turcas. Las cigüeñas blancas no paran de llevar palos al nido y crotorean de continuo majando el ajo. Por el cielo de los Oteros, escuadrillas en uve de ánsares comunes migran hacia el norte, en pos de unos aguazales que pronto se deshelarán. En las colonias de grajas, los nidos viejos ya tienen a la pareja dispuesta al ritual del celo. Por la noche, los gritos del mochuelo resuenan en las eras del pueblo, más adicto al amor que a la rebusca de ratoncillos. En las huras de las cárcavas aparecen los primeros gazapillos, orejudas bolas de pelo dedicadas al retozo. El celo humano también ha calentado los carnavales, quizás no tanto como en el desfile de Río, atestado de descocadas mulatas. Por a quí se ve más disfraz de vaqueros, indios, dráculas, madamas medievales, felinos y osos que culos al aire polar.