Diario de León
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Fronterizos | miguel a. varela

Fue la gran figura de la noche, el triunfo del trabajo inteligente, de la constancia y de la búsqueda de objetivos comunes por encima del conductismo gregario que tanto daño ha hecho al cine, y a otras actividades artísticas, en este país. Álex de la Iglesia consiguió en la noche de los Goya insuflar una dosis de oxígeno enriquecedor mediante la profesionalidad y la claridad de conceptos. El director y presidente de la Academia habló de ombligos y de público, poniendo sobre la mesa las claves de un sector atormentado al que está llegando una nueva generación, pragmática sin renunciar al criterio artístico, que ha entendido perfectamente que el cine es un negocio en el que se pueden contar grandes historias siempre y cuando seas capaz de encontrar ciudadanos a los que interesar. Y para eso es obligado dejar de mirarse el ombligo: «nos encanta nuestro ombligo. Tenemos pósteres de nuestro ombligo en casa, cuadros de ombligos llenando nuestras paredes. Creemos que somos artistas, genios alternativos, creadores. Antes de todo eso, somos trabajadores», dijo Alex de la Iglesia y muchos sentimos envidia y pensamos en la necesidad de aplicar ese discurso a otras artes. Al teatro, por ejemplo, que necesita un Álex de la Iglesia que nos diga las cosas que sabemos, aunque procuremos no mencionarlas porque no caben en nuestros ombligos: «El público, que es la gente para la que trabajamos, ha ido a ver nuestras películas más que nunca, y eso es un honor y un orgullo. No pensemos que somos mejores por eso. Pensemos que nos han dado una oportunidad». En el sector de las artes escénicas se habla ahora más que nunca de los públicos, de quiénes son y qué buscan, de cómo convencerlos, de lo gratificante de la experiencia comunitaria en la sala oscura y de qué se debe hacer para que pasen por taquilla. Y de que, básicamente, al público le interesa un carajo la pelusilla de los ombligos de los creadores.

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