Diario de León
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La aspillera | vicente pueyo

No sé si se le ha ocurrido a alguien crear el Partido del Consenso pero, después de lo visto ayer en la primera entrega de la comisión contra la crisis, no parece una idea muy descabellada. La vicepresidenta y ministra de Economía, Elena Salgado, llegó a la comisión cargada con la palabra mágica que ofreció a diestro, siniestro y entreverado: «consenso». Aquí se sigue vendiendo en papel de celofán esta palabra, que tan buenos resultados dio en la Transición, pero ayer sobraban las alusiones al bendito consenso y faltaban las propuestas concretas. O sea, faltaba el Ejecutivo, el que ejecuta, el que decide, el que se moja, el que se se la juega: el que Gobierna. ¿O acaso no se les votó para eso? ¿O acaso no se les paga generosísimamente para eso?

En la mano tengo los tres folios escuetos que el Gobierno entregó a los dirigentes políticos apenas doce horas antes del comienzo de la reunión de ayer. Un enunciado de asuntos, un «índice» de puntos que da la sensación de haberse redactado en media hora y tras cuya lectura escalonada lo que pide el cuerpo es repetir: «claro, claro». Y se queda uno como flotando en el limbo.

Como si no se hubiera perdido ya un tiempo precioso para afrontar con la decisión exigible una situación socioeconómica extraordinariamente delicada, como si se tratase de una cinta de ciencia ficción, la vicepresidenta le puso suspense a la convocatoria y dejó para el lunes la presentación de un nuevo documento «que contendrá las medidas concretas». Igual es que necesitan el fin de semana para poner negro sobre blanco las ideas que parecen escaparse como las gotas de lluvia en un impermeable. Les vendrá bien también el receso para poner coto a lo que Salgado llamaba «errores de comunicación»; algo que ha dejado con las vergüenzas al aire al Gobierno en más de una ocasión. Ayer mismo, la ministra corregía a su secretario de Estado, Carlos Ocaña, al subrayar que «no se tocará» el salario de los funcionarios y que se respetará «al cien por cien» el acuerdo alcanzado con los trabajadores públicos que incluye una subida del 0,3% para este año. Este tipo de bandazos hacen un daño innegable a la credibilidad del Gobierno al ofrecer la imagen de que se está funcionando poco menos que a salto de mata.

Mejor con consenso, pero lo que la calle necesita, exige, es una hoja de ruta firme y clara. Ya sabemos que habrá que dejar para otra ocasión ese objetivo onírico de «refundar» el capitalismo (¿de verdad se va a acabar el laissez faire amigo Sarkozy?) pero, al menos, deberíamos compensar esa resignación con una cierta esperanza. Un cierto optimismo derivado de unas decisiones valientes que sean bien explicadas y bien entendidas. Hay iniciativas en otros países que pueden dar pautas válidas. Ahí está el modelo alemán (el Kurzarbeitergeld ) que implica la reducción de las horas de trabajo, con la consiguiente rebaja de sus sueldos, si bien el Estado abona parte del salario perdido. Claro que si la productividad es baja -como ocurre en nuestro país- las cosas se complican. Nadie ha dicho que salir del hoyo sea fácil pero sin imaginación, sin voluntad y sin confianza en los ciud adanos, seguiremos sin levantar cabeza. Veremos el lunes.

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