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León

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Fuego amigo | Ernesto escapa

E l verso de Fermín Herrero ofrece la contraseña para interpretar la literatura de madurez de Abel Hérnández, galardonado ayer con el Premio de la Crítica por su libro El caballo de cartón. Su literatura combate la postración del olvido y la derrota de las ilusiones con la palanca de la memoria. Ambos autores llegaron a la final de un certamen que elige el mejor libro del año entre los publicados por escritores de la tierra. Ahí estuvieron también las novelas La sima, de José María Merino, y Jardín perdido, de Andrés Martínez Oria, expresivas de la madurez de estos autores leoneses, junto a relatos de Manuel de Lope, Esperanza Ortega o Gustavo Martín Garzo y un libro de poemas muy notable de Antonio Sánchez Zamarreño.

El Premio de la Crítica de Castilla y León lo han obtenido, en tres de sus ocho ediciones, los leoneses Antonio Gamoneda, Raúl Guerra Garrido y Luis Mateo Díez. Fermín Herrero y Abel Hernández son sorianos de Tierras Altas, el picón remoto y desolado que se ondula en la vecindad de La Rioja, Navarra y Aragón. Otro autor de la tierra, el recordado Avelino Hernández, puso a la comarca el epitafio de «camposanto de pueblos», porque en su espacio reposan más de treinta núcleos abandonados y a cada vecino resistente le corresponde un par de kilómetros de territorio.

En realidad, Tierras Altas engloba las sierras sucesivas del Almuerzo, del Madero, del Alba, de Montes Claros y de la Alcarama, que los clásicos resumieron con economía expresiva como Montes Idubeos. En su momento de mayor prosperidad, albergó más de tres millones de merinas y de aquella pujanza deriva la noble arquitectura todavía evidente, a pesar de la desolación, en los pueblos serranos. Una versión legendaria explica el final de la cabaña y el inicio de la despoblación. Durante la Guerra de Independencia, los rebaños serranos sirvieron de alimento a las tropas, mientras los pastores castraban a los moruecos para evitar que los invasores robaran la raza.

Los ilustrados quisieron rescatar a la Sierra de aquel declive merinero mediante la ilusa pretensión de convertir en labrantines a los pastores. Queda testimonio de las campañas promoviendo la roturación y siembra de aquellos barrancos invernales. La conclusión de tan disparatada estrategia fue la emigración, el abandono y la irremediable postración del terruño. El caballo de cartón, elegido por los críticos como el mejor libro literario del año en Castilla y León, recoge la confidencia de un escritor maduro sobre aquel universo terminal. Y lo hace, como en su precedente Historias de la Alcarama, ambos publicados por Gadir, con la fascinante y majestuosa sobriedad que sólo está al alcance de los maestros.