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León

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Tribuna | julio ferreras

Las democracias que logran el progreso y la transformación de la sociedad en todos sus aspectos, son aquellas en las que los ciudadanos participan plenamente, e n la medida de sus posibilidades, en el devenir de los asuntos públicos porque se sienten responsables desde el momento en que han elegido a sus representantes políticos. Es decir, las democracias participativas, no las pasivas. En éstas la democracia es una fachada, una excusa, donde el poder de decisión sigue exclusivamente en manos de unos pocos. En cambio, en la democracia participativa, los acuerdos, los pactos, los convenios entre los diversos sectores sociales forman un entramado social democrático, cuya razón de ser está en el hecho de que todos los ciudadanos tienen derechos y deberes. Por eso, en los sistemas totalitarios no suele haber pactos ni acuerdos, sino más bien órdenes y decretos de la «autoridad», porque los derechos, sólo los disfrutan los que detentan el poder; los demás, no tienen sino deberes. Así pues, cuanto mayor sea el grado de participación y de implicación de los ciudadanos en los asuntos públicos, más fuerte y segura será la democracia.

Los pactos y los acuerdos de todo tipo, y en especial en los asuntos más importantes, como la salud y la educación por ejemplo, están cada vez más presentes en las democracias más avanzadas, como una señal del progreso hacia la unidad y la integración, en un mundo cada vez más interdependiente e interrelacionado. El principal objetivo ha de ser siempre el bien común de toda la sociedad, para lo cual el trabajo en equipo -”frente al trabajo aislado e individual-” es fundamental y forma parte de la participación y la responsabilidad de los ciudadanos. Por eso, el diálogo y la cooperación tienen que sustituir a los conflictos y las confrontaciones, el interés de todos ha de sustituir a los intereses mezquinos y partidistas de unos pocos. Los personalismos, los sectarismos y partidismos son indignos, impropios de una democracia, la destruyen.

En esta línea se inscribe el derecho de los ciudadanos, en un momento crucial como el presente, a expresar la urgencia y la necesidad de lograr un gran Pacto de Estado entre los representantes políticos, y en especial entre los dos grandes partidos, para salir de la grave crisis económica y social que padecemos, y cuyas raíces se hunden -”no lo olvidemos-” en la pérdida de principios y valores humanos fundamentales, en la injusticia social y en los abusos de poder. ¿Dónde se sitúan los representantes políticos en el Parlamento español, en este momento de tanta trascendencia? ¿Asumen verdaderamente su gran responsabilidad democrática de formar y firmar pactos y acuerdos que ayuden a salir de la crisis?

En esta grave situación que vivimos, no puede pretender el partido en el gobierno que él solo va a poder alcanzar la solución. Un economista ha dicho recientemente que, en una crisis como ésta, ningún partido en el poder, ni incluso con mayoría absoluta, podría sacar al país de la crisis, y menos aún si predominan los intereses de partido sobre los intereses generales de la sociedad. En cuanto al principal partido de la oposición, su responsabilidad es igualmente grave; no puede estar esperando el momento en que se hunda el gobierno para acceder al poder, como se percibe a veces en sus constantes críticas tan poco constructivas. Sería una prueba de una enorme irresponsabilidad y de una gran bajeza política, moral y humana.

En este momento tan crucial la mayoría de los ciudadanos (y en especial los que sufren el paro) están esperando, de los dos grandes partidos, que sean capaces de defender los intereses de la nación (de lo que, por otra parte, hablan con demasiada frecuencia sin llevarlo a cabo). Este país no puede soportar tanta división política en un momento clave como el actual, en que es urgente que -”como en Fuenteovejuna-” todos los partidos políticos vayan a una. Es significativo -”y loable-” que el propio Jefe del Estado, haciendo uso de sus atribuciones constitucionales, se haya implicado en conseguir un Pacto de Estado para salir de la crisis. Y es no menos significativo que la Iglesia Católica (que conserva aún una buena parte de poder en la sociedad española, y del que no olvida hacer uso cuando se trata de mantener sus privilegios) no se pronuncie al respecto, que yo sepa. Bien es sabido que se trata de una Institución nada democrática, por lo que los pactos y los acuerdos no ocupan un lugar primordial en su agenda.

Cada vez es mayor el número de españoles que están colaborando para construir esa democracia participativa, en la que todos hemos de sentirnos responsables tanto de los éxitos como de los fracasos sociales. Pero, en este momento crucial, son los políticos, los representantes del pueblo, los que han de asumir la mayor responsabilidad para tomar las medidas oportunas para salir de la crisis. Es el momento de saber utilizar la cabeza y el corazón, la cordura y la generosidad, no la insensatez, el egoísmo y la ambición. Un país como Alemania puede servirnos de punto de referencia. ¿No se debe, en gran parte, su salida de la crisis a los pactos entre los principales partidos y a su sentido de la participación y la responsabilidad cívica y social? Pues hagamos lo mismo, respetando nuestra idiosincrasia.

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